MUJER DE TEMPLE
INTELECTUAL Y PUBLICACIONES SOL EDITORES
PRESENTA
DE
IDALIA CASTRO CORREA
CON LA REVISIÓN Y EDICIÓN ,
DE: CARMEN M. CASTRO CORREA
AMADO CÁNCER
©COPYRIGHT
DEDICATORIA
TU ESPÍRITU INVENCIBLE!
PRÓLOGO
Amado Cáncer es una obra literaria que atrapa al lector y
lo deja transformado, fortalecido y con una experiencia rica que le hace
sentirse invencible y poderoso ante los retos y situaciones difíciles de la
vida; como la terrible enfermedad del cáncer.
Idalia se inspira y utiliza todos sus talentos
para presenter de forma sencilla, una secuencia de eventos en su vida y en la
de otras personas, ante los cuales se enfrentaron con valentía; vivencias que
van contribuyendo a un crecimiento y evolución espiritual. Amado Cáncer provee esa experiencia sin caer
en adoctrinamientos dogmáticos religiosos.
Desde la perspectiva social, este trabajo nos
permite entender cómo una experiencia significativa de afecto, de protección,
de amor en la niñez no provista por los padres, nutre y fortalece al ser humano
para trabajar distintas situaciones en la vida. Estos momentos de ternuras se
convierten en aureolas de protección que permiten la superación y el sentimiento de seguridad y de poder necesarios para triunfar, aún con
el diagnóstico de una enfermedad terminal.
Es evidente que la autora ha pasado por un
proceso abarcador y profundo de evolución espiritual. Aún así se considera “dinosaurio”,
que sugiere etapas primitivas en la evolución humana. De esta forma nos hace pensar
en la necesidad de crecer y aprovechar cada instante, cada suceso, para
proyectarnos a la verdadera razón de nuestra existencia: ¡purificarnos para
elevarnos lo más perfectos que podamos hacia la eternidad!
Por: Profesora; Daisy Díaz
AMADO CÁNCER
Capítulo 1
El sol comienza a besar el horizonte dejando en
su romance con la tierra destellos anaranjados, amarillos intensos, plateados
espectaculares. Desde la montaña se puede apreciar un pueblo aparentemente
dormido, con muy poca vida en la calle.
Sin embargo, en el interior, dentro de las casas, fluye la vida a
borbotones. “La casa no es la vida”,
pensaba Úrsula Morán, “La vida está
adentro”. Si la casa deja de ser la vida permanece.
Una sensación de paz se había posesionado de su
alma llevandola a hurgar recuerdos de antaño. Todo le parecía ahora
insignificante: el placer carnal, aquel que a veces sólo gratifica el cuerpo,
aquella clase de amor a una pareja que se convertía en enfermizo, el
trabajo, el afán desmedido por el éxito, el quehacer diario interminable. La terrible preocupación por los demás que
jamás la abandonaba. Todo había pasado a un plano supremamente inferior. Nada
importaba por que al fín había encontrado ese único y magistral momento donde
era ella, sí, solamente ella abrazada como nunca antes al universo, Rodeada por
el fluir verdadero de la vida. Y allí
sentada en aquella piedra a lo alto de la montaña estaba felíz y respiraba por fín…paz.
Maravillada sonreía por el color llamativo de
todas las cosas, La yerba despedía su olor a frescura verde, los árboles le
susurraban secretos milenarios, las flores bordaban los jardines cercanos de
poemas indescriptibles que solamente pueden leer el alma. Y ella aletargada en su Delicia
espiritual, descubría lentamente la realidad plena y suprema de todas las
cosas. A su derecha pudo distinguir el camino que conducía hacia el centro del
pueblo y recordó que fué precisamente ahí donde tomo la determinación de ser
feliz, aún con el diagnóstico del cancer...
Desde el
día de su diagnóstico, Úrsula adquirió la Fortaleza de los robles. “Puede ser
que el vendaval arranque mis hojas y tal vez puede que quiebre alguna de mis
ramas , pero no permitiré que desarraigue mi tronco de la tierra, no al menos
hasta que termine de criar a mis hijos, los voy a ver crecer. Bueno, pero, ¿de qué me quejo Dios? Tengo todo lo que necesito y aún más y yo sé
que en mi proceso con esta enfermedad puedo contar contigo”.
Su diagnóstico fue directo y sin preambulos, “tienes cáncer” le dijo el medico como quien dice “ojos lindos tienes”. No hubo
rodeos, ni consideración, ni lástima. Y a ella, (negrita como el carbón) se le
revolvió el alma altiva, respiró profundo e interpuso su orgullo ante el
dolor. “ Nadie verá llorar a esta negra a causa de unas simples e insignificantes
células cáncerosas. ¡Ja!, se necesita más que eso para doblegarme. Luego pensó
en sus hijos y … se le estremeció el alma.
La vida la enfrentaba ante su punto más débil. “ ¡Oh, Dios!, cómo se lo dire a ellos…? Ayúdame
a decirlo con toda la naturalidad posible, permite Señor que yo no convierta
esto en un infierno innecesario, que todo sea suave y sin tanto dolor.
Quiero que estés a mi lado para enfrentar esta situación, oraba. Caminó hasta la parada del autobus prometiéndose
en cada paso que no permitiría que esta enfermedad le robara los mejores años de
su vida. Era el tiempo de la crianza y lucharía hasta el ultimo recurso para
lograr su objetivo.
Ya dentro del autobus, iba dándole forma a las
ideas. Repentinamente una oleada de rabia y desconformidad rompió su aparente
ecuanimidad. ¿Por qué yó? ¿Por qué me tiene que suceder esto a mí? Tanta gente
maquinando maldad por el mundo y me tiene que suceder precisamente a mí. ¿qué hice? No entiendo, no puedo entender. ¡Esto
es injusto!. Imaginó cómo sería la vida
de sus hijos sin ella. Ashley con 7 años, la mayorcita, la que cuidaba a sus
hermanitos con tanta capacidad, Joselito de 5, y Viviana de 3. ¡Están muy pequeños,
Señor aún me necesitan! Un sollozo tardío se escapó de su garganta llamando la
atención de la pasajera que viajaba junto a ella. "No llores querida”, todo en
esta vida tiene remedio, “excepto la muerte, claro está”.
Ese recuerdo la hizo sonreir. ¡Quien lo
hubiera dicho!, han pasado veinte años desde aquel día. “ ¿ha sido esto un
milagro, Dios? Realmente no lo sé. Lo
cierto es que he visto tu Gloria. He descubierto algunos de tus secretos y me
siento feliz, aquí en este lugar de ensueño conociéndote aún más. Pero quiero
preguntarte Señor, ¿cómo es que llegué aquí? Porque hace unos instantes yo
estaba en la cama del hospital, mis hijos y algunas persona la rodeaban,
estaban tristes Señor, compungidos, pero, sí, ya recuerdo, me levanté, Sí Señor me levanté y comencé a caminar, pasé por la estación de las enfermeras y ninguna me dijo nada,
Nadie trató de detenerme y aproveché para
continuar mi camino sigilosamente para que no notaran mi presencia. Bajé por el
elevador, llegué al primer piso y en mi recorrido por el pasillo observe las
vidas que llegaban y muchas otras más que como yo iban de salida. A mi lado una
niña de cabello negro rizado, descalza y en su bata de hospital, intentaba
ganar acceso a la salida. Su rostro se iluminó cuando vió a su papá a través de
los cristales saludándola desde la montaña. Agitó sus brazos en señal de
saludo. Estaba plena de dicha, feliz. Repentinamente un lamento rompió el aire
paralizándola: ¡Leonoraaaaa…! Era su madre, angustiada ante la posibilidad de perderla.
Y Leonora regresó a su lecho de hospital para seguir sufriendo. Crucé la calle
y seguí montaña arriba tremendamente atraída por esta piedra donde me encuentro
sentada y reconozco que es el tiempo de hacer mi recuento en este ultimo y perfecto
instante de paz.
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