sábado, 27 de mayo de 2017

AMADO CÁNCER. PRIMER CAPÍTULO







MUJER DE TEMPLE INTELECTUAL Y PUBLICACIONES SOL EDITORES


PRESENTA
 
DE 
IDALIA CASTRO CORREA

CON LA REVISIÓN Y  EDICIÓN ,
DE:  CARMEN M. CASTRO CORREA

AMADO CÁNCER

©COPYRIGHT


DEDICATORIA

 

¡A TI MUJER,
TU ESPÍRITU INVENCIBLE!






PRÓLOGO 

 Amado Cáncer es una obra literaria que atrapa al lector y lo deja transformado, fortalecido y con una experiencia rica que le hace sentirse invencible y poderoso ante los retos y situaciones difíciles de la vida; como la terrible enfermedad del cáncer.

Idalia se inspira y utiliza todos sus talentos para presenter de forma sencilla, una secuencia de eventos en su vida y en la de otras personas, ante los cuales se enfrentaron con valentía; vivencias que van contribuyendo a un crecimiento y evolución espiritual.  Amado Cáncer provee esa experiencia sin caer en adoctrinamientos dogmáticos religiosos.

Desde la perspectiva social, este trabajo nos permite entender cómo una experiencia significativa de afecto, de protección, de amor en la niñez no provista por los padres, nutre y fortalece al ser humano para trabajar distintas situaciones en la vida. Estos momentos de ternuras se convierten en aureolas de protección que permiten la superación  y el sentimiento de seguridad  y de poder necesarios para triunfar, aún con el diagnóstico de una enfermedad terminal.    

Es evidente que la autora ha pasado por un proceso abarcador y profundo de evolución espiritual. Aún así se considera “dinosaurio”, que sugiere etapas primitivas en la evolución humana. De esta forma nos hace pensar en la necesidad de crecer y aprovechar cada instante, cada suceso, para proyectarnos a la verdadera razón de nuestra existencia: ¡purificarnos para elevarnos lo más perfectos que podamos hacia la eternidad!





 Por:     Profesora; Daisy Díaz





AMADO CÁNCER

Capítulo 1



El sol comienza a besar el horizonte dejando en su romance con la tierra destellos anaranjados, amarillos intensos, plateados espectaculares. Desde la montaña se puede apreciar un pueblo aparentemente dormido, con muy poca vida en la calle.  Sin embargo, en el interior, dentro de las casas, fluye la vida a borbotones.  “La casa no es la vida”, pensaba Úrsula Morán,  “La vida está adentro”. Si la casa deja de ser la vida permanece.


Una sensación de paz se había posesionado de su alma llevandola a hurgar recuerdos de antaño. Todo le parecía ahora insignificante: el placer carnal, aquel que a veces sólo gratifica el cuerpo, aquella clase de amor a una pareja que se convertía en enfermizo, el trabajo, el afán desmedido por el éxito, el quehacer diario interminable.  La terrible preocupación por los demás que jamás la abandonaba. Todo había pasado a un plano supremamente inferior. Nada importaba por que al fín había encontrado ese único y magistral momento donde era ella, sí, solamente ella abrazada como nunca antes al universo, Rodeada por el fluir verdadero de la vida.  Y allí sentada en aquella piedra a lo alto de la montaña  estaba felíz y respiraba por fín…paz.  


Maravillada sonreía por el color llamativo de todas las cosas, La yerba despedía su olor a frescura verde, los árboles le susurraban secretos milenarios, las flores bordaban los jardines cercanos de poemas indescriptibles que solamente pueden leer el alma. Y ella aletargada en su Delicia espiritual, descubría lentamente la realidad plena y suprema de todas las cosas. A su derecha pudo distinguir el camino que conducía hacia el centro del pueblo y recordó que fué precisamente ahí donde tomo la determinación de ser feliz, aún con el diagnóstico del cancer...  


Desde el día de su diagnóstico, Úrsula adquirió la Fortaleza de los robles. “Puede ser que el vendaval arranque mis hojas y tal vez puede que quiebre alguna de mis ramas , pero no permitiré que desarraigue mi tronco de la tierra, no al menos hasta que termine de criar a mis hijos, los voy a ver crecer.   Bueno, pero,  ¿de qué me quejo Dios?  Tengo todo lo que necesito y aún más y yo sé que en mi proceso con esta enfermedad puedo contar contigo”.


Su diagnóstico fue directo y sin preambulos, “tienes cáncer” le dijo el medico como quien dice “ojos lindos tienes”. No hubo rodeos, ni consideración, ni lástima. Y a ella, (negrita como el carbón) se le revolvió el alma altiva, respiró profundo e interpuso su orgullo ante el dolor. “ Nadie verá llorar a esta negra a causa de unas simples e insignificantes células cáncerosas. ¡Ja!, se necesita más que eso para doblegarme. Luego pensó en sus hijos y … se le estremeció el alma.  La vida la enfrentaba ante su punto más débil.   “ ¡Oh, Dios!, cómo se lo dire a ellos…? Ayúdame a decirlo con toda la naturalidad posible, permite Señor que yo no convierta esto en un infierno innecesario, que todo sea  suave y sin tanto dolor. Quiero que estés a mi lado para enfrentar esta situación, oraba.  Caminó hasta la parada del autobus prometiéndose en cada paso que no permitiría que esta enfermedad le robara los mejores años de su vida. Era el tiempo de la crianza y lucharía hasta el ultimo recurso para lograr su objetivo.


Ya dentro del autobus, iba dándole forma a las ideas. Repentinamente una oleada de rabia y desconformidad rompió su aparente ecuanimidad. ¿Por qué yó?  ¿Por qué  me tiene que suceder esto a mí? Tanta gente maquinando maldad por el mundo y me tiene que suceder precisamente a mí.  ¿qué hice? No entiendo, no puedo entender. ¡Esto es injusto!.  Imaginó cómo sería la vida de sus hijos sin ella. Ashley con 7 años, la mayorcita, la que cuidaba a sus hermanitos con tanta capacidad, Joselito de 5, y Viviana de 3. ¡Están muy pequeños, Señor aún me necesitan! Un sollozo tardío se escapó de su garganta llamando la atención de la pasajera que viajaba junto a ella.  "No llores querida”, todo en esta vida tiene remedio, “excepto la muerte, claro está”.    

Ese recuerdo la hizo sonreir. ¡Quien lo hubiera dicho!, han pasado veinte años desde aquel día. “ ¿ha sido esto un milagro, Dios?  Realmente no lo sé. Lo cierto es que he visto tu Gloria. He descubierto algunos de tus secretos y me siento feliz, aquí en este lugar de ensueño conociéndote aún más. Pero quiero preguntarte Señor, ¿cómo es que llegué aquí? Porque hace unos instantes yo estaba en la cama del hospital, mis hijos y algunas persona la rodeaban, estaban tristes Señor, compungidos, pero, sí, ya recuerdo,  me levanté, Sí Señor me levanté y comencé a caminar, pasé por la estación de las enfermeras y ninguna me dijo nada, Nadie trató de detenerme y aproveché  para continuar mi camino sigilosamente para que no notaran mi presencia. Bajé por el elevador, llegué al primer piso y en mi recorrido por el pasillo observe las vidas que llegaban y muchas otras más que como yo iban de salida. A mi lado una niña de cabello negro rizado, descalza y en su bata de hospital, intentaba ganar acceso a la salida. Su rostro se iluminó cuando vió a su papá a través de los cristales saludándola desde la montaña. Agitó sus brazos en señal de saludo. Estaba plena de dicha, feliz. Repentinamente un lamento rompió el aire paralizándola: ¡Leonoraaaaa…! Era su madre, angustiada ante la posibilidad de perderla. Y Leonora regresó a su lecho de hospital para seguir sufriendo. Crucé la calle y seguí montaña arriba tremendamente atraída por esta piedra donde me encuentro sentada y reconozco que es el tiempo de hacer mi recuento en este ultimo y perfecto instante de paz.    

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