Comencé a fumar a los 17 años después de haberme casado prematuramente. El ejemplo lo había tenido en mi casa desde muy pequeña porque mi mamá, mi padrastro y mi hermano mayor fumaban. Así que para mí el cigarrillo era algo muy común en mi diario vivir. Sin embargo yo sabía que el hábito de fumar era peligroso y muy dañino para la salud y mientras estuve en casa con mi madre ni siquiera se me pasó por la mente la idea de que alguna vez yo también estaría atrapada en las fauces de ese monstruo que es la adicción a la nicotina. La idea de fumar no nació en mí hasta que un buen día ya a mis 16 años se me revolvió la adolescencia y decidí que era tiempo de irme a buscar trabajo. Día con día me presentaba a una factoría que fabricaba carteras, cercana a mi hogar para pedir trabajo. El jefe (Jack Haber) un americano que creo era el dueño, al ver mi carita de niña me decía “No tu no puedes trabajar, tu eres muy pequeña, cuando cumplas los 18 entonces vienes y hablamos” Ah no, pero yo me las traía. Yo no aceptaba un no por respuesta así que deje pasar algunas de semanas y preparé mi estrategia. Ese día me puse una peluca muy bonita, me maquillé y hasta me puse pestañas postizas. Me vestí como una profesional y cerré con broche de oro poniéndome uno zapatos de tacón alto que hacía juego con la cartera. Me presenté a buscar trabajo y “mualá” el jefe no me reconoció y me contrataron. Comencé a trabajar teniendo por compañeras mujeres jóvenes pero con mucha más experiencia que yo en los menesteres de la vida. Entre ellas había una joven llamada Elsie que era lo que lo que cualquier muchacha de mi época hubiera aspirado a ser, independiente, con auto, y apartamento, hacía lo que quería, ella era la dueña absoluta y total de su vida. Aparte de eso lucía como una modelo de revista, siempre bien maquillada y nítidamente vestida. En ese tiempo era permitido fumar dentro de los baños de la fábrica y ella acostumbraba parar sus labores quince minutos antes de salir para retocarse el maquillaje y fumar. Al entrar al baño yo veía esa hermosura de mujer con sus largas uñas muy bien pintadas recostada de la pared con su cigarrillo en la mano, llevándolo hasta su boca y aspirando el humo con una elegancia tal que me parecía a mí que esa era la imagen de la mujer mas sensual del mundo y yo quería ser como ella. - Para ser una mujer así hay que aprender a fumar-, pensaba yo. Había dentro de mí un respeto tan grande hacia mi mamá que descarté esa idea totalmente, pero la tentación estuvo ahí.
A los 17 años me casé, mi esposo de 21 años era fumador. Algunas veces a principio del matrimonio yo soñaba que estaba fumando, claro, era el juego de mi cuerpo induciendo a la mente para recibir esa nicotina que había estado cerca de mí casi toda la vida. De vez en cuando mi esposo me decía. “Idalia tráeme un cigarrillo encendido” y yo iba y le encendía el cigarrillo. Paulatinamente fui dando “haladitas” hasta que en vuelta de algunos meses ya me estaba fumando los cigarrillos completos y me convertí en fumadora habitual. Estuve fumando alrededor de veinte años. Sin embargo el hábito de fumar no cuadraba con mi personalidad, siempre fumaba escondida de mi mamá porque consideraba que era una falta de respeto fumar frente a ella. Muchas veces intenté dejar de fumar pero era casi imposible para mí. A veces estaba algunos días sin fumar y luego comenzaba de nuevo. Mi vicio era tan grande que cuando no tenía cigarrillo en la mañana me daban hasta deseos de llorar, era una angustia desesperante y el mal humor me abatía profundamente. En mi caso se requería un proceso más interno, más íntimo y comencé e estudiar las maneras de hacerlo con éxito y para siempre. Una bendita mañana desperté y vi que me quedaban tres cigarrillos en una cajetilla, sabía que cuando esos tres cigarrillos se terminaran no habría más dinero para comprar otra cajetilla. Recordé que el día anterior yo me había sorprendido con un cigarrillo en la mano y me dije a mí misma “ Idalia ¿qué tu haces con ese cigarrillo en la mano? Suelta eso, eso no es para ti, no va con tu personalidad. Entonces decidí que cuando mi esposo regresara del trabajo esos tres cigarrillos tenían que estar allí y decidí que sólo por una hora no los tocaría y cuando me llegaron las ansias infinitas de fumar, me eché un dulce de menta en la boca y en ese instante hice un gran descubrimiento, los deseos de fumar son como los dolores de parto, llegan poco a poco, se intensifican y luego bajan la intensidad y desaparecen por un rato. Aproveché este descubrimiento y cuando me volvían los deseos de fumar me tomaba un gran vaso de agua y me echaba a la boca un dulce de menta. Así batallando una hora a la vez pasó el día y cuando mi esposo llegó los tres cigarrillos todavía estaban en la cajetilla. Durante tres días estuve utilizando el mismo sistema y otros trucos que aprendí leyendo. Entre ellos a la hora del baño comencé a restregarme con una esponja los brazos y las piernas por que la nicotina sale por los poros de brazos y piernas y la idea era sacar la nicotina del cuerpo. Comencé a tomar mucha agua, cada vez que me daban deseos de fumar. Eso fue eliminando de mi sistema toda esa nicotina que reclamaba su poderío en mí. En un vaso con agua había echado anteriormente unas colillas de cigarrillo y cuando quería recordar lo desagradable que era el cigarrillo simplemente me acercaba a verlo y olerlo y para mi eso era repulsivo. Decidí cambiar las cortinas y todas las cosas que tuviera olor a cigarrillo. Me auto sugestioné pensando que el olor a cigarrillo me producía nauseas y después de un tiempo realmente me producía nauseas. Lo mejor y más importante de todo le quité el poder al cigarrillo al descubrir realmente lo que era; un simple pedazo de papel con paja adentro. Tres días estuve sufriendo para dejar de fumar y después tome la decisión más importante de mi vida, que esos tres día no los iba a repetir nunca más así que de ahí en adelante mis labios se mantendrían alejados de ese pedazo de papel con paja adentro que estúpidamente había estado dominando mi cuerpo, mi salud, mi mente y me había estado robando mi dinero convirtiéndolo en humo. ¿Cómo es posible que una cosa tan insignificante, que no tiene vida pueda hacer tanto daño? ¿Cómo es posible que un ser humano pensante se convierta en esclavo de papel y paja? ¿Cómo es posible que siendo adultos dejemos que el cuerpo se convierta en un niño malcriado que nos domine? Cuando pasaron varios días sin fumar comencé a ver un cambio grande especialmente en el sabor de la comida y otra cosa que me impresionó bastante fue que comencé a ver los colores con más claridad, más hermosos era como si durante muchos años yo hubiera estado usando unas gafas oscuras y me las había quitado. Cuando mi esposo llegó del trabajo el tercer día le dije “llévate esos cigarrillos porque no estoy fumando mas”. Durante algunos meses el siguió fumando y a mi me molestaba sobre manera su humo así que le dije “hasta que no dejes de fumar no puedes volver a besarme, ah y muchísimo menos vas a tener “chaca chaca”. Esa despedida de año se fumó el último cigarrillo antes de las doce de la noche, botó la cajetilla con los cigarrillos que quedaban y de ahí en adelante hace más de veinte años que ni él ni yo fumamos. Yo creí que nunca iba a dejar de fumar, pero luego de dejarlo me di cuenta de que realmente no era tan difícil, sólo necesitaba la determinación y decirle que no a mi cuerpo malcriado. Reconozco que el vicio físico se vence en unos pocos días pero el vicio mental se queda ahí para toda la vida pero mi parte dominante del cerebro ha decidido simplemente DECIR NO.
COPYRIGHT: IDALIA CASTRO CORREA
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