El hermoso día se prestaba para salir a pasear. Aunque el sol brillaba en todo su esplendor se sentía frío considerable. Ya estábamos a mediados del mes de Octubre y los árboles se engalanaban con sus colores otoñales brindándole a mi espíritu una sensación de bienestar increíble. Amarillo-rojo, amarillo-marrón, rojo-marrón, amarillo-verde y debajo de los árboles una alfombra multicolor que nos recuerda que la naturaleza debe renovarse constantemente para seguir existiendo:
Nos desplazamos a unos cuarentaicinco minutos desde nuestro hogar hasta llegar al Mercado de Pulgas más cercano, ("New Haven Flea Market"). En este lugar el frío es más intenso porque está muy cerca de la playa. Es un terreno bastante amplio donde personas de diferentes razas se mezclan para vender buenos productos a muy bajo precio. Allí se puede encontrar: trabajos hechos a mano, colchas, muñecas, enseres eléctricos, zapatos, tenis, carteras, medias; es decir, de todo un poco.
Al entrar al lugar, con lo primero que te encuentras es con un puesto de zapatos, otro con música del artista que quieras. A cada paso se escucha el pregón de los vendedores tratando de llamar la atención del público comprador: "Aquí estoy, por si acaso no me ha visto. Mire que tengo tangas, tanguitas y tangotas, para las nalgas, nalguitas y nalgotas; pantaloncillos con Viagra-donde se acuestan dos se levantan tres-medias que te dan masaje, te cortan las uñas, y te quitan la peste...".
Sección por sección me deleito mirando la mercancía nueva a mis ojos y vieja al ojo del vendedor que con suspicacia te insiste para que la compres. Antes de que le digas ‘me lo llevo’ ya tiene la mercancía dentro de una bolsa extendiéndola hacia ti. Es divertido ver cómo cada cual inter-actúa con los clientes y los demás vendedores; es una dinámica que fluye constantemente, a pesar del intenso frío y las polvaredas que el viento levanta.
Después de haber paseado por casi toda la extensión del terreno, entramos a la última línea de quioscos. Visitamos el quiosco Boricua, donde se puede encontrar toda clase se adornos y suveniles de la Isla. Nuestra música jíbara se desplazaba orgullosamente al aire frío de este país contrastando con el recuerdo grato de una patria calientita y acogedora. No es que no amemos la vida en Estados Unidos, es que la nostalgia nos gana y nos hace suspirar. Un poco más adelante veo una caja de cartón repleta de preciosos y enormes aguacates; me acerqué para ver el resto de la mercancía: "¿A cómo son los aguacates?", le pregunté a la joven que atendía el lugar. Me pareció curioso que ella estaba atendiendo un puesto que vendía productos puertorriqueños, sin embargo se le hacía un poco difícil comunicarse en español porque obviamente era Americana:
-¿Excuse me?
-Oh, I’m sorry ¿How much it cost the avocados?
-Tres dólares-contestó ella en su español (después me di cuenta que su español era mejor que mi inglés).
Me sorprendí por la gran cantidad de cosas que tenían traídas de la Isla: Galletas cucas, mortadella, queso de papa, una caja repleta de tamarindos. Cosa maravillosa y hermosa; mi alma conmovida se llenó de recuerdos gratos de la niñez . Recordé cuando mis hermanos y yo nos íbamos al monte con una funda en la mano a recoger de los frutos sanos y sin contaminantes que la madre naturaleza nos regalaba.
Curiosa y deseosa de saber más información sobre el asunto, le pregunté a su esposo, que muy amablemente atendía a otros clientes portando con orgullo una gorra que llevaba una bandera puertorriqueña, bordada al frente: "Oiga, ¿de dónde salen todas estas cosas? ¿No me diga que son de la Isla?". "Sí", me contestó en su español americanizado: "Mi papá los manda a buscar a Puerto Rico". Con gran emoción me contó de los años que lleva su padre Don Félix desarrollando ese negocio y de la gran satisfacción que recibe al ver la cara de felicidad de los clientes que ven en los productos que venden un pedacito de patria. "Esto para mí es como una misión. Inclusive, he visto hombres con lágrimas en los ojos dándonos las gracias por traer estos productos de la Isla". "Me sorprende mucho que usted tenga un acento americanizado tan pronunciado y sin embargo vende productos de la Isla", le dije sólo para ver su reacción. Entonces se quitó la gorra y me dijo: "La gente se cree que porque yo tengo este acento tan pronunciado soy menos puertorriqueño. En este país yo puedo pasar por árabe, francés o centroamericano, pero aunque nací aquí, en Estados Unidos, soy puertorriqueño; esa es la herencia que recibí de mi padre". Me despedí de él, no sin antes preguntarle su nombre: "Mi nombre es Jerry; nadie me quiere llamar Gerardo".
Comprendí que esa es la nueva generación de puertorriqueños desplazándose a través del mundo con nuevas tecnologías, nuevas ideas, un nuevo acento al hablar, pero con la indeleble mancha de plátano cubriendo cada célula de su ser. Me sonreí y pensé, Gerardo o Jerry... qué importa, la raíz boricua está sembrada en su alma, herencia que fluye en sus venas con la misma pasión y orgullo con que fluye en las venas de un jíbaro ‘terminao’.
Dedicado a todos los latinos americanizados que llevan en su alma las raices de su patria.
Este relato forma parte del libro "LA INMORTAL... y otros relatos". Nuestro libro está disponibles en: http://www.amazon.com/ http://www.barnesandnoble.com/ y otros lugares en la red. Al abrir la ventanilla del sitio solamente escribes Idalia Castro Correa e inmediatamente ves toda la información.
IDALIA. ESTÁ MUY BUENO ESE RELATO.
ResponderBorrarCOMO SIEMPRE.
TE LA COMISTES.
FINA.
Gracias Fina
ResponderBorrarEste relato es parte del Libro de La inmortal y otros relatos. Hay muchos jibaritos americanizados que aunque no nacieron en nuestra patria sienten la mancha de plátano muy profunda y es que llevan la sangre boricua y esa es indeleble. Bendiciones
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