El olor se dispersaba por toda la oficina inundándola. Cuando la secretaria entró a la oficina percibió el peculiar aroma y comenzó a buscar con la mirada para ver dónde estaba. Se sonrió y le preguntó al jefe:
-Señor Miranda... ¿y esa guayaba?
-Ah, esa guayaba me la trajo un cliente. ¿Está bonita verdad?
-¿Bonita...? Bonita es poco, está espectacular; es más, creo que es la guayaba más grande que he visto en mi vida. Debe de estar sabrosa-añadió, deseando que el jefe le contestara-‘Pues córtala y cómete un pedacito’. En cambio, su jefe comenzó a darle instrucciones para las tareas que restaban por hacer en el día.
El jefe salió de la oficina y ella se quedó tratando de fijar la atención en el trabajo, aunque realmente estaba poseída, subyugada por ese olor a cielo que la envolvía de pies a cabeza. De reojo miraba hacia el escritorio del jefe y allí estaba: grande, grandísima, amarilla rojiza. Pensó que por dentro debió ser roja y muy dulce, aunque si hubiese estado un poco agria no le hubiera molestado para nada. Tuvo la tentación de tomar la guayaba en su mano para acercarla a su nariz y olerla más de cerca y así darle el primer mordisco, pero no tuvo el valor de hacerlo porque la guayaba no era suya. Luego, sacudió la cabeza como para despejar el mal pensamiento y se dijo: ‘Mira chica, esa guayaba es del jefe, así que sácatela de la cabeza y ponte a trabajar. Total, con ese fuerte aroma es más que suficiente; ya puedes decir que comiste guayaba’. El día terminó y ella se fue a su casa (con la guayaba en el pensamiento).
Al día siguiente, al llegar a la oficina, la secretaria percibió el mismo olor, esta vez más fuerte porque la oficina había estado toda la noche cerrada y el olor se había concentrado más impregnándolo todo. Ella miró la guayaba y le dijo al jefe: "Señor Miranda, olvidó llevarse la guayaba". A lo que él contestó: "Sí, me la voy a llevar hoy". Ella pensó, ¡este contrallao hombre... yo no sé por qué no me la regala!
Durante toda la mañana la secretaria estuvo torturándose con el bendito olor de la guayaba. El jefe salió de la oficina y ella se quedó sola nuevamente a merced del tentador olor. Se acercó al escritorio del jefe para buscar unos papeles y se atrevió a tocar la guayaba. Después cobró valor y la tomó en su mano izquierda acercándola a su nariz. ¡Humm!, el olor le llegó hasta el espíritu y su boca se inundó de saliva. Tragó profundo, acercó la guayaba a su boca y comenzó a raspar sutilmente la cáscara con sus dientes delanteros. La voz del jefe la hizo dar un salto llevándole ‘sin querer’ un pedacito de cáscara a la guayaba. Inmediatamente le pegó el pedacito y la puso en su lugar, regresándose a su escritorio asustada. El jefe entró a la oficina y por la actitud desacertada de la secretaria intuyó quizás que algo estaba pasando. La miró con desconfianza, pero después de un rato se olvidó del asunto.
Una semana más estuvo la guayaba sobre el escritorio y de ahí fue a parar al zafacón sin nutrir a nadie, habiendo sido tan deseada. Finalmente, la guayaba ha trascendido su propia existencia porque dejó en la secretaria la certeza de que las tentaciones se pueden vencer... aunque a veces nos ayude la voz del jefe.
Copyright: Idalia Castro Correa
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