domingo, 19 de febrero de 2017

TELETRANSPORTACIÓN


TELE TRANSPORTACIÓN


A

ntaño:

 

Mi casa, como todas las del campo donde vivía, contaba con el particular y autóctono estilo campesino. Eran casas de madera construidas sobre una base de socos o pilotes que las sostenían.

Muchas veces las casas quedaban lo suficientemente separadas del suelo como para dejar un espacio bastante amplio donde animales y niños encontraban un refugio o un lugar donde jugar y soñar. Allí, bajo la casa, se encontraba mi refugio favorito; un rinconcito muy especial donde mis padres guardaban los sacos de carbón que ‘clandestinamente’ sacaban en el monte.

Tenía este carbón una textura muy diferente al que se conoce hoy. Era fabricado con leña de Ausubo, Maricao, Guavá o Guayaba. La confección de este carbón tomaba varios días, en los cuales había que prestarle atención casi continua, comenzando con el corte del árbol escogido, hasta preparar la carbonera del todo. Existía en ese entonces una leyenda que, si mal no recuerdo, rezaba que si se dejaba una carbonera desatendida, venía el diablo y la dañaba. Era por eso que el que prendía una carbonera tenía que dedicarle por lo menos varios días y noches. Mi papá, quien era un luchador constante, de vez en cuando encendía su carbonera para después ir a vender el carbón al pueblo en su caballo llamado Verano. El resto del carbón lo almacenaba en sacos, debajo de la casa. Me fascinaba la textura del carbón porque me permitía escribir en los socos o debajo del piso de la casa. Escribía cosas simples porque todavía no iba a la escuela: papá, mamá, Idalia.

Cierto día, en una de esas escapadas, fui a mi refugio a escribir y me di cuenta de lo pequeña que era. Sabía que la gente crecía y que las niñas se convertían en señoritas bonitas, como mi mamá; entonces, con todas mis ansias, cerré los ojos y me vi adulta, caminando con zapatos de tacón alto, un vestido floreado ceñido al cuerpo y con el cabello largo y suelto jugando con el viento. Apreté fuertemente los ojos y dije: "Cuando abra los ojos seré una mujer grande". Esa imagen de mi vida quedó congelada en el tiempo porque esa niña soñadora permaneció con los ojos cerrados indefinidamente... 

A

yer:

 

La fresca brisa del mes de mayo me invitó a sentarme en el balcón después del almuerzo. Era casi la una de la tarde. Jorge (mi esposo) estaba trabajando y las niñas (Wanda y Xiomara) estaban en la escuela. Yo me deleitaba con el maravilloso día. Desde el balcón podía ver a lo lejos el área donde nací y me crié. Me tocaba imaginar o tratar de recordar cómo era ese lugar tan distinto y especial donde di mis primeros pasos, donde supe que era dueña de todo lo que mis ojos podían ver. La libertad era completa y absoluta y el sólo hecho de correr me hacía sentir que podía volar. Mentalmente recorrí la carretera cerca del río, luego crucé los pelos de alambre logrando acceso al camino de tierra.  Llegué hasta la loma a casa de abuelo, caracterizada por el poste de la luz; el único vestigio de civilización que existía en mi campo. El olor a arroz guisado con habichuelas frescas recién cosechadas, me hizo suponer que abuela Julia estaba cocinando en el fogón. Casi podía verla recogiendo las vainas que contenían el sabroso grano de la enredadera enrollada en los alambres de púas. Más abajo estaba la casa de Marta, bendecida por un espectacular bambual que sonaba al compás del viento. Este lugar era el predilecto de los vecinos para sentarse a conversar. Eran agradables tertulias que disfrutaban grandes y chicos. Mientras los grandes conversaban y asaban mazorcas de maíz, los chicos corríamos y jugábamos a campo abierto sin preocuparnos de autos que nos atropellaran ni exponernos a peligros. Unos escalones de tierra daban acceso a mi casita de madera, pintada siempre de azul añil. Para mi sorpresa allí, debajo de la casa, encontré a una niña con los ojos cerrados, que al sentirme soltó una carcajada y sorprendida salió corriendo fundiéndose conmigo en un abrazo...

 

H

ogaño:

 

 

La brisa del mes de mayo me besa de nuevo, esta vez haciéndome sonreír y susurrándome al alma...

¡Creciste Idalia, eres toda una mujer!

 

 

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