jueves, 2 de marzo de 2017

Enamorada


ENAMORADA


Él rozó sus manos y ella sintió que su cuerpo entero vibraba de secreta emoción:

H

acía algunas semanas que él venía dándole ciertas señales que primero la ilusionaba y después la confundía. Cómo era posible que todo un gran señor se fijara en ella que era tan pequeña e insignificante; un morenazo alto que medía casi seis pies, entradito ya en los cuarenta años. Ella sabía que había una notable diferencia de edad entre ambos, pero su locura temporal le insistía constantemente que para el amor no existe la edad ni el color ni nada. No hay barreras cuando el amor se manifiesta de una manera tan real, tan sublime, incluso cuando con sólo mirarlo ella se sentía viva, se sentía mujer con deseos de entregarse y de ser amada . Él era la figura máxima en su iglesia (después de Jesús, claro está); era el pastor recién llegado con un  impactante testimonio. Su rostro mostraba las cicatrices dejadas por la lucha que protagonizó en su vida con el enemigo. Sus orejas evidenciaban las peores cicatrices quedando carcomidas por una lepra de la cual fue sanado, gracias a la fe y la continua oración. Ese era su testimonio constante, sobre el cual Sixto se apoyaba para hacerle ver a sus feligreses que él también sabía lo que era el sufrimiento y la enfermedad.

Sixto contaba con el apoyo incondicional de todos los hermanos y hermanas de la iglesia. Sus planes eran expandir sus territorios y salir a predicarle a todas las personas posibles con la intención de llenar la iglesia de almas nuevas que, aunadas a los miembros regulares, conformaran una iglesia más grande y más fuerte. Ella se fue enamorando poco a poco, primero de sus predicaciones, después de su corpulenta apariencia. Él, curioso y perspicaz, había adivinado sin mucho esfuerzo aquel secreto guardado con gran recelo tras un inocente y dulce rostro cubierto por un velo de encaje blanco. Con el pasar de los días la amistad entre ambos se hizo más fuerte. Él la visitaba en su casa y ella, buena cocinera al fin, lo agasajaba con los mejores manjares. A veces comenzaban a hablar en inglés porque ambos dominaban el idioma y en una que otra ocasión ella amablemente le recordaba que no era de buenos modales hablar inglés en frente de otras personas que no entendían el idioma, a lo cual él asentía dándole la razón.

La relación se fue tornando un poco más evidente para los familiares de ella y comenzaron a sentirse incómodos por las diferencias que existían entre ambos. Sixto siempre les aseguraba a todos que la relación era solamente de amistad, pero ella, totalmente enamorada, comenzó a defender su amor con uñas y dientes: "Soy una mujer mayor; tomo mis propias decisiones y nadie debe intervenir con ellas". Entonces todos la obedecieron y dejaron de intervenir en los asuntos que a ella concernían. Él, aprovechando esa coyuntura, continuó trabajando en su plan de conquista. Él le había hecho la observación de que ella se merecía vivir mejor. Le comentó que la casa de ella era muy pequeña y que realmente ellos dos necesitaban algo más espacioso para vivir: "¿Qué te parece si vendes esta casa y con el dinero compramos otra más grande?". "No, yo no puedo vender esta casa porque realmente esta casa no se hizo para venderse". Después de esa contestación no se habló nada más sobre el asunto. En vez de eso, Sixto siguió insistiendo en conseguir un mejor lugar donde ambos pudieran disfrutar de su amor en plena libertad y sin rendirle cuentas a nadie.

Dicen que el enamoramiento se produce después que el cerebro segrega una sustancia especial. Ésta enajena totalmente al ser humano dejándolo desprovisto de herramientas para ver realidades que otras personas pueden ver con completa claridad. Ella estaba totalmente enamorada y no tenía la claridad mental suficiente como para discernir las malas intenciones de este pseudo pastor que se había convertido en el gran amor de su vida. Caminar junto a él, agarrada de su fuerte brazo, la hacía sentirse más que privilegiada, orgullosa y envidiada por todas las demás feligresas, que también secretamente guardaban un sentimiento especial para él . La espera para entregarse a él le parecía infinita. Con mucha ilusión preparaba su ropa interior, su "babydoll" roja, sus talcos y sus perfumes.

Los enamorados hacían planes sobre su futuro y hasta hicieron las gestiones para rentar una casa. Fueron al banco y retiraron lo que a ella le costó casi toda una vida de sesentaicinco  años reunir. Ella le entregó el dinero a Sixto para pagar la casa que habían rentado. Mientras tanto, preparaba la mudanza para irse a disfrutar de ‘su gran amor’ en su nueva vida. Esta era la última oportunidad que la vida le entregaba de ser completamente feliz.

Sentada en el balcón de la casa esperaba ansiosamente a su amado Sixto. Esperó un día, dos días, tres días... mientras la tristeza retorcía su esperanza y la incredulidad la fortalecía. ¡Sixto jamás regresó! Su ilusión marchita, rota, encorvó sus espaldas de ochenta años; la última decepción de amor, su último gran dolor. Después de algunos meses se sacudió la pena, se despojó de los malos pensamientos y decidió seguir viviendo. Como en un cuento infantil, apareció un hada madrina con una varita mágica borrando completamente de su memoria aquella vergonzosa experiencia. Durante doce años más fue feliz de nuevo y luego... se quedó dormida.

 

A Sixto Rodríguez,

escoria humana, vergüenza del evangelio.

 

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario