ENAMORADA
Él
rozó sus manos y ella sintió que su cuerpo entero vibraba de secreta emoción:
H
|
acía algunas semanas que él venía
dándole ciertas señales que primero la ilusionaba y después la confundía. Cómo
era posible que todo un gran señor se fijara en ella que era tan pequeña e
insignificante; un morenazo alto que medía casi seis pies, entradito ya en los
cuarenta años. Ella sabía que había una notable diferencia de edad entre ambos,
pero su locura temporal le insistía constantemente que para el amor no existe
la edad ni el color ni nada. No hay barreras cuando el amor se manifiesta de
una manera tan real, tan sublime, incluso cuando con sólo mirarlo ella se
sentía viva, se sentía mujer con deseos de entregarse y de ser amada . Él era
la figura máxima en su iglesia (después de Jesús, claro está); era el pastor
recién llegado con un impactante testimonio. Su rostro mostraba las
cicatrices dejadas por la lucha que protagonizó en su vida con el enemigo. Sus
orejas evidenciaban las peores cicatrices quedando carcomidas por una lepra de
la cual fue sanado, gracias a la fe y la continua oración. Ese era su
testimonio constante, sobre el cual Sixto se apoyaba para hacerle ver a sus
feligreses que él también sabía lo que era el sufrimiento y la enfermedad.
Sixto contaba con el apoyo
incondicional de todos los hermanos y hermanas de la iglesia. Sus planes eran
expandir sus territorios y salir a predicarle a todas las personas posibles con
la intención de llenar la iglesia de almas nuevas que, aunadas a los miembros
regulares, conformaran una iglesia más grande y más fuerte. Ella se fue
enamorando poco a poco, primero de sus predicaciones, después de su corpulenta
apariencia. Él, curioso y perspicaz, había adivinado sin mucho esfuerzo aquel
secreto guardado con gran recelo tras un inocente y dulce rostro cubierto por
un velo de encaje blanco. Con el pasar de los días la amistad entre ambos se
hizo más fuerte. Él la visitaba en su casa y ella, buena cocinera al fin, lo
agasajaba con los mejores manjares. A veces comenzaban a hablar en inglés
porque ambos dominaban el idioma y en una que otra ocasión ella amablemente le
recordaba que no era de buenos modales hablar inglés en frente de otras
personas que no entendían el idioma, a lo cual él asentía dándole la razón.
La relación se fue tornando un poco más
evidente para los familiares de ella y comenzaron a sentirse incómodos por las
diferencias que existían entre ambos. Sixto siempre les aseguraba a todos que
la relación era solamente de amistad, pero ella, totalmente enamorada, comenzó
a defender su amor con uñas y dientes: "Soy una mujer mayor; tomo mis
propias decisiones y nadie debe intervenir con ellas". Entonces todos la
obedecieron y dejaron de intervenir en los asuntos que a ella concernían. Él,
aprovechando esa coyuntura, continuó trabajando en su plan de conquista. Él le
había hecho la observación de que ella se merecía vivir mejor. Le comentó que
la casa de ella era muy pequeña y que realmente ellos dos necesitaban algo más
espacioso para vivir: "¿Qué te parece si vendes esta casa y con el dinero
compramos otra más grande?". "No, yo no puedo vender esta casa porque
realmente esta casa no se hizo para venderse". Después de esa contestación
no se habló nada más sobre el asunto. En vez de eso, Sixto siguió insistiendo
en conseguir un mejor lugar donde ambos pudieran disfrutar de su amor en plena
libertad y sin rendirle cuentas a nadie.
Dicen que el enamoramiento se produce
después que el cerebro segrega una sustancia especial. Ésta enajena totalmente
al ser humano dejándolo desprovisto de herramientas para ver realidades que
otras personas pueden ver con completa claridad. Ella estaba totalmente
enamorada y no tenía la claridad mental suficiente como para discernir las
malas intenciones de este pseudo pastor que se había convertido en el gran amor
de su vida. Caminar junto a él, agarrada de su fuerte brazo, la hacía sentirse
más que privilegiada, orgullosa y envidiada por todas las demás feligresas, que
también secretamente guardaban un sentimiento especial para él . La espera para
entregarse a él le parecía infinita. Con mucha ilusión preparaba su ropa
interior, su "babydoll" roja, sus talcos y sus perfumes.
Los enamorados hacían planes sobre
su futuro y hasta hicieron las gestiones para rentar una casa. Fueron al banco
y retiraron lo que a ella le costó casi toda una vida de sesentaicinco
años reunir. Ella le entregó el dinero a Sixto para pagar la casa que habían
rentado. Mientras tanto, preparaba la mudanza para irse a disfrutar de ‘su gran
amor’ en su nueva vida. Esta era la última oportunidad que la vida le entregaba
de ser completamente feliz.
Sentada en el balcón de la casa
esperaba ansiosamente a su amado Sixto. Esperó un día, dos días, tres días...
mientras la tristeza retorcía su esperanza y la incredulidad la fortalecía.
¡Sixto jamás regresó! Su ilusión marchita, rota, encorvó sus espaldas
de ochenta años; la última decepción de amor, su último gran dolor.
Después de algunos meses se sacudió la pena, se despojó de los malos
pensamientos y decidió seguir viviendo. Como en un cuento infantil, apareció un
hada madrina con una varita mágica borrando completamente de su memoria aquella
vergonzosa experiencia. Durante doce años más fue feliz de nuevo y luego... se
quedó dormida.
A Sixto Rodríguez,
escoria
humana, vergüenza del evangelio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario