miércoles, 2 de agosto de 2017

Amado Cáncer Capítulo 5


 

 Amado Cáncer                 Capítulo 5



Salir de la casa de los abuelos vestida de aquella manera, hizo sentir a Úrsula como una mariposa que abandona el nido de seda. Sus alas pequeñas aún, comenzaban a injectarse de sangre joven, nueva, vivificadora. Mágicamente se ensanchaban  convirtiendo el fluir natural de la vida en una melodía que recién alcanzaba la cumbre. La metamorfosis había llegado convirtiendo a la niña feliz en una joven llena de fortaleza. Sin embargo, no podia evitar el sentimiento de soledad. Era desesperante no tener a quien contarle que ese día, por primera vez en su vida, abordaría un avión que la transportaría al mundo de los “siempre posibles”.   – La abuela y el abuelo se hubieran sentido muy orgullosos de verme vestida como toda una modelo de revista—pensó.  – No todos los días una jibara del campo tiene la oportunidad de usar guantes. Es más, creo que hay muchas personas que no los han usado nunca en su vida. Y del sombrero ni se diga esto sí que es una verdadera novedad--. Se miraba y remiraba en el espejo y no podia reconocerse.  Su vestido  negro ajustado al cuerpo denotaba las curvas traídas desde Africa en los genes del primer esclavo. Su rizada cabellera aderezada con brillantina estaba recogida en un San Antonio que le hacía lucir un tanto más madura de lo que realmente era.  El sombrero negro como su vestido (sustraído del baúl de la abuela) en complicidad con su extraña apariencia ocultaba su rostro tras un sutíl velo que a los pocos minutos desapareció de su vista como si no existiera.    Sus medias de seda y sus negros zapatos de charol realzaban la belleza de sus piernas muy bien torneadas. –De verdad que luzco totalmente distinta, Es como si fuera otra persona, más grande, más madura. Así… así quiero iniciar mi vida en New York pensó--.

La bocina del auto de pasajeros que Úrsula había rentado la sacó de su meditar frente al espejo. Una terrible sensación de impotencia se apoderó de su alma. ¿Cómo irse del terruño?  ¿Qué había hecho? ¿Cómo se atrevía a abandonar el cariño y aquel patrimonio que había heredado de los abuelos?  Un dolor profundo se apresuraba garganta arriba deslizándose con ternura sobre la sepias mejillas, mientras recogía en su alma arrepentida las últimas imágenes de la antigua casona.

El recorrido hasta el aereopuerto en aquel destartalado auto le trajo a la mente el poema que estaba de moda y reconocía en el esta gran realidad que ahora ella misma vivía. Cúanta razón tenia Luis LLorens Torres al expresar tan claramente su experiencia al abandonar el amado terruño con su poema VALLE DE COLLORES. Nadie pudo haber descrito ese sentimiento de angustia pasiva mejor que él. Iba recitando el poema y a la vez lo difuminaba en la dimension de la imaginación con sus propios pensamientos.

Cuando salí de Collores

 fue en una jaquita baya,

 por un sendero entre mallas

 arropas de cundiamores.

A su mente llegó la imagen de Verano, el caballo blanco del abuelo, corriendo por el campo o apareciendo de la nada cuando el abuelo lo llamaba.  Se sonrió al pensar que a veces sentía miedo de él por que más de una vez le había tirado a morder; ¡Tenía su carácter el Verano!



Adiós malezas y flores

De la barranca del rio

 Y mis noches del bohio

Y aquella apacible calma

Y los viejos de mi alma

Y los hermanitos mios.

La niñez, etapa más hermosa de su vida, había estado enriquecida por el correr en el campo. Conocía cada rincón.  No… cada rincón no; su campo no tenia rincones, era abierto, inmenso, infinito. Es donde aprendió que podia volar con solo extender los brazos, aspirar profundamente hasta llenar los pulmones de aire fresco,  echar a correr tan rápido y tan fluido tocando el camino con tan solo la punta de los dedos de los pies descalzos.   ¡Entonces volar y volar y volar!

Qué pena la que sentía

Cuando hacia atrás yo miraba

Y una casa se alejaba …

 Y esa casa era la mía.

Tornó su vista y divisó a lo lejos la casa cerrada, sufriendo dentro de sí el abandono de su dueña. Cuántas risas, sueños y lágrimas se habían quedado dormidos tras sus puertas. -- Así es la vida; esto es una etapa que termina para que comience otra mejor… se consolaba.



La última vez que volvía los ojos

vi el blanco vuelo

de aquel maternal pañuelo

empapado con el sumo del dolor;

Lo demás, humo… esfumándose en el cielo.

Por primera vez , desde que comenzó a prepararse para el viaje,  Úrsula pudo vislumbrar claramente la figura de los abuelos diciéndole adios a lo lejos. La impresión le quebró el corazón, Sintió el impulso de decirle al chofer que se detuviera, que el viaje estaba cancelado. ¿Cómo iba a dejar a los abuelos solos, aunque ya hubieran abandonado el cuerpo?  Pensó: ¡No! qué va Úrsula, los abuelos no se van a quedar ahí.  Y en un acto desesperado de locura total los invitó a acompañarla en el viaje: ellos regocijados aceptaron . y así durante todo el trayecto escuchó de los labios de la abuela , verso por verso, el poema como acostumbraban recitarlo en las noches de tertulia: “Cuando salí de Collores…”



Ya para eso del mediodía Úrsula caminaba hacia la pista para abordar el avión de “Eastern Airlines” que la llevaría rumbo a su nueva vida. A la distancia vio el imponente ‘pájaro metálico’ y se le revolvió el estómago de solo pensar que en pocos minutos tocaría el primer escalón que la llevaría hacia un destino incierto. La idea era aterradora… pero fascinante a la vez.  Ella no se explicaba cómo era posible que los seres humanos pudieran experimentar tantas sensacines y sentimientos de manera tan irracional, “¡Qué compleja es la vida! Ni yo misma puedo analizar ni metabolizer esta madeja de síntomas y emociones que se han apoderado de mí. --En ese aspecto todavía estamos en la etapa más primitiva de la evolución--, pensaba.

 El contacto con el primer escalón del avión le congeló el alma.  Aunque trataba por todos los medios de disimular su terrible estado de nervios, su cuerpo temblosorso la ponía en completa evidencia. Sus piernas temblaban de manera tal que las medias de seda comenzaron a safarse de las ligas corriendo piernas abajo como un delicado velo. Ya para el momento en que llegó a su asiento las medias cubrían por completo los finos zapatos de charol. “¿Qué verguenza Dios mío y ahora como hago para arreglarme las medias?”  Con mucho esfuerzo entró al baño y se sorprendió de lo diminuto de aquel cuarto que más bien parecía una caja de muertos.  “¡Dios mío, ni la letrina de casa es tan pequeña, qué barbaridad”.

Una vez sentada observaba cada persona que se subía al avión. En él viajaban personas de todo tipo. Desde el hacendado más poderoso con su elegante esposa en primera clase,  hasta el jibarito humilde de gabán prestado y zapatos rotos que iba a trabajar en los sembradíos   americanos por unos cuantos centavos más para su familia. El fruto americano necesitaba de manos nobles y trabajadoras que supieran de esfuerzo y de fatiga y que además, estuvieran acostumbradas y dispuestas a lastimarse sin protestar. Así era la semilla de Puerto Rico, que se diseminaba poco a poco en un fluir lento, pero seguro,   Semilla llevada literalmente a traves del aire  para luego ser depositada en los lugares más recónditos e inimaginables para producir, para crecer, para fortalecerse por que en cualquier rincón del mundo, (analizaba Úrsula) existe sangre boricua.





Al momento del despegue se hizo un silencio ceremonial. Sin lugar a dudas, todos oraban al Divino Creador por un viaje sin contratiempos. Úrsula cerró los ojos, apretó sus brazos contra su cuerpo y totalmente desvalida se dejó arrancar del terruño amado. Sentía cómo sus raíces se desprendían una por una en contra de su real voluntad.   Mientras el gran “zorzal de metal” emprendía vuelo, un dolor indecible la poseía pensando que había traicionado su cuna, su gran madre tierra.

La familiaridad dentro del avión se hizo presente a los pocos minutos.  Úrsula permanecía con los ojos cerrados y de repente sintió unas diminutas manos que la sacudían. –Hey… ¿que te pasa?  ¿tienes miedo? —Úrsula abrió los ojos y vió a su lado  un niño pecoso y pelirrojo que la miraba con curiosidad. –Sí, tengo mucho miedo. ¿tú no?--  --No, dijo el niño con una tranquilidad increíble.  Ya no le tengo miedo a los aviones, He viajado muchas veces. –¿A  dónde vas? Preguntó Úrsula. Pues a donde tu crees, a New York como tú, no ves que vamos en el mismo avión.  Contestó el niño en forma de burla.   ¡JAJAJAJA, cierto!  dijo Úrsula.   --¿Y para que vas a New York?--  --¿Vives allá?--  Preguntó Úrsula.   --No,  no vivo allá, voy con mi mami a un hospital muy grande donde ella dice que me pueden curar--.  Contestó el niño.  --¿Curarte de qué ?—preguntó Úrsula sorprendida    --Una enfermedad llamada Leucemia-- dijo el niño.  --¿Donde está tu mami? -- ---En el asiento de atrás, es que no había espacio para que pudiéramos sentarnos juntos--.   -- Yo podría cambiarme de asiento para que ella esté a tu lado, pero la verdad me da miedo hasta ponerme de pie.— El niño la miró con asombro abriendo sus grandes y hermosos ojos. Úrsula entrendió el mensaje de aquella mirada y supo que el niño estaba pensando que como era posible que ella siendo adulta fuera tan cobarde.   Entonces se sintió avergonzada y le dijo… Está bien, está bien … ahora me cambio.

Su nuevo asiento estaba ubicado al lado de la ventanilla. La vista a la cual se enfrentaban sus ojos era sorprendente. Toda la vida había mirado las nubes desde abajo;  siempre habían estado sobre su cabeza. Cuántas veces soñó con alcanzarlas, tocarlas, sentarse sobre ella y desde allí mirar hacia abajo. Ahora las nubes estaban bajo sus pies. Eran las únicas compañeras que compartían la inmensidad que la abrazaba. ¡Inmensidad profundamente azul, profundamente blanca; profunda e inequivocamente Dios!   Úrsula hubiera querido estar dezcalsa y tener el poder de caminar sobre ellas. Un tibio rayo de sol posaba sobre una nube  bañándola de armonía. Entonces a ella le pareció escuchar la voz del abuelo en la tala de batatas cantando;

Qué lindo cuando el sol de madrugada

Desgarra el negro manto de la noche

Dejando ver su luz desparramada

En un bello amanecer , que es un derroche…

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