Llegar a Estados unidos es como entrar de golpe y porrazo en una escena perenne y continua de una película. A veces todo se desdibuja pareciendo muy irreal. El sólo hecho de tener que lidiar con los diferentes idiomas y las diferentes culturas es más que suficiente como para abrumarte al máximo. Esto es al principio, claro está. Luego te vas acostumbrando a los diferentes acentos y con sólo mirar a una persona puedes distinguir de qué país proviene. Nos ha tocado lidiar con varias ramificaciones de la raza latina que, a pesar de que ‘dis que’ hablamos el mismo idioma, a veces ni nos entendemos. Es que cada país tiene su propio léxico, sus propias costumbres y creencias religiosas. Aún así esos, nuestros hermanos latinos, son los que nos hacen el camino menos difícil.
Para mí fue una gran alegría cuando, recién llegada a "Connecticut", me encontré con las tienditas hispanas lideradas casi siempre por personas de la República Dominicana. ¡Óiganme, qué gente trabajadora... y echan pa’lante! Casi todos los salones de belleza tienen por dueña una negrita sabrosona y sandunguera que trae prendida en su corazón, como cruz de rosario, la esencia de la gran Quisqueya. En todas las razas existe gente muy buena y trabajadora que viene a este país a aportar a la sociedad y a salir adelante. Obviamente es más notorio cuando alguien hace cosas indebidas porque siempre las personas con actitudes delicuentes alborotan más y por ese puñado pequeño de inconscientes somos juzgados los demás. Pero así es este país, una gran gama de personas de diferentes razas que unidas conformamos lo que es esta gran nación.
A nosotros nos tocó compartir un poco más de cerca con una raza distinta. Gente de piel blanca, ojos claros, pero con muchas actitudes como las nuestras. Al igual que nosotros, llegaron a este país en busca de una vida mejor. Ellos-los polacos-como nosotros, tampoco hablan adecuadamente el idioma inglés , aunque debo decir que son muy inteligentes y abiertos a aprender. Me he sorprendido grandemente al escuchar a algunas personas de esta raza que hablan un español casi tan fluido como el mío. En cierta ocasión hice una venta de garaje en mi casa y vino una señora de Polonia y comenzó a hablarme en perfecto español. Me sorprendí muchísimo, así que le pregunté cómo era posible que hablaba tan bien el español. Ella me contestó que simplemente veía novelas en español y esto le había abierto su entendimiento a través del tiempo. En vuelta de algunos años se había convertido en 'trilingüe'.
Lo cierto del caso es que me ha tocado vivir en lo que aquí llamamos "la calle de los polacos". Con el tiempo he aprendido a tenerles una gran admiración porque puedo ver su afán de superarse y su maravillosa costumbre de trabajar y persistir hasta conseguir su objetivo.
Con nuestros vecinos más cercanos nunca pudimos tener un compartir, conversar a fondo o una amistad. Realmente era una simple relación cordial, pero monosilábica: "Hi, bye..." y eso era todo. Sin embargo, el ancianito de la casa acostumbraba en la época de la primavera obsequiarme flores que recogía de su jardín. A veces, cuando yo llegaba a mi casa, me encontraba con el ramito de flores entretejido en la verja. Yo sabía que eran para mí porque en otras ocasiones me las había dado personalmente. Claro que él no me entendía porque no hablaba español ni inglés y yo no hablaba polaco; sin embargo, esto se convirtió en una agradable costumbre. Así que, todos los años yo esperaba mi famoso ramito de flores.
En la primavera la situación de mi niño enfermo desvió mi pensamiento, aunque por momentos me llegaba a la mente mi esperado ramito de flores, pero luego con el trajín diario lo olvidaba. Pasó la primavera y comenzó el verano, entonces supe que algo había sucedido porque en todo ese tiempo de entrar y salir de mi casa a toda prisa, como era usual, no había visto a mi viejito cultivador de flores. Después me enteré de que había muerto cuando vi a otras personas limpiando y pintando su casa.
Hay costumbres que nunca terminan porque surgen del alma. Ayer, al bajar las escaleras de la parte trasera de mi casa, observé aquella gran planta florecida; Dalias precisamente. Montones de flores abiertas que miraban hacia mi puerta, colándose entre los alambres de la verja hacia mi patio trasero. Sorprendida, emocionada y agradecida exclamé sonriendo mientras me acercaba a mi gran ramo de flores:
"¡Wow, increíble, aún ausente mi viejito polaco me sigue regalando flores!".
Dedicado a todas aquellas personas que vencen las barreras de las diferencias culturales y ven en los demás simplemente a otro ser humano igual a ellos. A mi viejito polaco, muchas gracias por su hermoso detalle, cuando nos volvamos a ver, amigo, hablaremos el mismo idioma.
copyright: Idalia Castro Correa
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