MI NIÑITA ETERNA
Mi niñita eterna saltó de júbilo, salió a flote esbozando una sonrisa plena, extensa y repleta de alegría. No son muchas las oportunidades que tiene de salir y disfrutar de buena gana una experiencia como esta. Claro está que trataba de disimular un poco para que nadie notara su presencia. Pero estaba allí, mirando el ambiente de fiesta. Regocijándose en la variedad de colores de los globos llenos de helio. Mirando los animales y percibiendo el delicioso olor que emanaba desde los quioscos flotando juguetón en el aire. Eran olores del recuerdo, olor a azúcar quemada, a manzanas con caramelo, a frituras deliciosas. Eran olores que invitaban a romper la dieta al menos por un día. Aunque no supo que sabor tenían esos olores que flotaban en el aire, si se imaginó como se vería ella sosteniendo en sus manos un algodón de dulce. Luego al ver los payasos de grandes gorros y trenzas estiradas hacia los lados se olvidó de todo eso. Casi en un impulso inconsciente se inclinó hacia una payasita que estaba sentada y le preguntó en su triste y corto Inglés “May I take a picture with you and my little boy?” y ella gentilmente le contestó “Sure”, entonces tomó una foto con el niño y la payasita. Al caminar un poco más adelante se encontró con un elefante y una jirafa que les daban paseos a los niños y también pensó cómo sería eso de montarse en un elefante. “Y si me caigo, ay no, me van a decir ridícula” porque recordó que ella no llegó sola a aquel lugar, sino que había ido con otro niño, una niña y el niño pequeño. Luego paseó de quiosco en quiosco viendo las diferentes artesanías y a las manos ingeniosas que frente a todos desarrollaban sus trabajos increíblemente hermosos. Cuando decidió irse a casa pasó nuevamente por donde estaba la primera jirafa que vio. Estaba en una jaula y alrededor de esa jaula había una verja que separaba la jirafa de las obejitas. Había también unas máquinas donde se depositaban monedas de veinticinco centavos de la cual se sacaba alimento para darle de comer a los animales. Así que la niña depositó su moneda y sacó alimento para darle a la jirafa. La sensación de levantar su brazo y ver cómo se aproximaba la cabeza de la jirafa, sentir cómo recogía de su mano el alimento grano por grano con su lengua violeta, sentir su respiración tenue, confiada y los pelos del hocico tocando su piel, fue lo que impulsó a mi niñita de ocho años a salir a flote, riéndose, divirtiéndose, gozando, sintiendo tal vez como muy pocas veces la dulzura de la niñez. Entonces me di cuenta de que en aquel lugar solo habíamos niños. Algunos como yo, con cuerpo de gente grande, pero niños al fin. Ahora me reconforta saber que mis niñitas del pasado nunca se han ido. Pero esa, mi niñita de ocho años es la que más sale a flote y definitivamente se niega a morir. Nunca, jamás se irá, se quedará conmigo hasta que mi Papá nos lleve a nuestro hogar y nos devuelva la gran virtud de ser ángeles otra vez.
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