martes, 17 de enero de 2012

LA HISTORIA DETRÁS DEL RELATO




  

   Doña Juana Bautista Arestigueta Díaz,

  la inspiración del personaje de  Matty,                      
                  La inmortal.

 La inmortal es una mezcla de total realidad y algunas pizcas de ficción. Su personaje principal, Matty, nace bajo el amparo de la gran admiración por una extraordinaria mujer llamada Doña Juana Bautista Arestigueta Díaz y por su amiga y vecina Melitona. Ambas mujeres compartían una amistad y ocasionalmente se reunían a disfrutar de una tacita de café en el balcón de la casa de Doña Juana. Entradas en edad , tenían muchas experiencias de las cuales hablar y muchos recuerdos donde se columpiaban sus suspiros en pos de la perenne añoranza de esos viejos tiempos que siempre fueron mejores.


 Era Melitona ese tipo de persona que nunca jamás reconoce la edad como sinónimo de vejez. Siempre limpia, con sus mejillas pintadas de rojo y olorosa a perfume Maja. Siempre utilizaba un turbante en la cabeza que combinaba muy bien con su ajuar.  En los últimos meses de vida, Melitona se sentía totalmente acosada por fantasmas nocturnos. En más de una ocasión salió despavorida de su casa para ir a refugiarse en casa de doña Juana huyendo de esos espantos a los cuales ella llamaba disisibles. De ahí surge esta palabra que le da un nombre a la experiencia que yo, en carne propia, viví durante 20 años. Esto me permitió como escritora poder describir con total claridad mental cómo eran esos disisibles que Melitona decía ver.
Para que puedan comprender a qué me refiero, debo contarles un poco sobre esta experiencia: Me casé a los 17 años de edad y me fui a vivir con mi esposo a la casa de los padres de él. Para este tiempo ya los padres de mi esposo habían muerto, pero en la casa vivía Doña Juana, quien era la madrastra de mi esposo y la que se había encargado de terminar de criarlo. El primer suceso extraño que experimenté fue que todas las noches, sin excepción, a la hora de acostarnos a dormir, éramos despedidos con un extraño golpecito en la persiana. Era como cuando alguien hace sonar la uña sobre un metal. Noche tras noche comenzaba yo a ver, antes de quedarme dormida y cuando estaba a punto de despertar, estos espantos que describo en el relato. Después de un tiempo construimos nuestro nidito de amor en la planta alta de la casa y adivinen qué: ¡los disisibles se mudaron con nosotros!  En los primeros años me asustaba, pero con el correr del tiempo me acostumbré a ver estas cosas que suponía que todos, al igual que yo, veían. Durante veinte años estuve creyendo que esto era normal y dejé de prestarle importancia porque, a pesar de estar en mi vida y compartir mi habitación, nunca me hicieron daño físico. Después de veinte años viendo estos disisibles, decidimos mudarnos a Estados Unidos. Entonces fue que realmente pude entender lo grave que pudo haber sido para mi salud mental aquella singular situación porque nunca más, estando fuera de esta casa-que amo mucho por cierto-he vuelto a ver un disisible.




Para comprobar mi versión sobre los hechos, existe otro pequeño detalle. Una vez hubo un huracán en Puerto Rico y la casa de mi mamá resultó dañada. Le dije que mi casa estaba disponible y que podía usarla todo el tiempo que necesitara. Mi mamá se mudó, pero a los dos meses regresó a su casa, que aún no estaba totalmente reparada. Cuando le pregunté por qué se mudaba si su casa no estaba lista, ella me respondió: "Es que en tu casa hay espíritus y no me dejan dormir". Luego me contó una experiencia muy fuerte que vivió en la casa que la obligó a mudarse.

Volviendo al relato, debo decir que Doña Juana, al igual que Melitona, guardaba para sus adentros esa muchacha joven que constantemente proclamaba a viva voz que: "viejo es el viento y sopla, viejos son los cerros y reverdecen". Ella era una mujer fuerte de carácter, muy trabajadora e inteligente. De ella aprendí una gran realidad que por lo general pasa desapercibida: El alma del ser humano jamás envejece. El cuerpo cede ante el reclamo de la naturaleza, decae, se arruga, físicamente los órganos internos dejan de renovarse, pero la esencia, el alma y el espíritu permanecen con esa dulzura y esa esperanza de la juventud. La niña de 15 años de Matty se quedó aferrada a su espíritu y esa precisamente fue la parte que rescaté de Doña Juana: su juventud eterna, su deseo de vivir. Ella traía recuerdos de toda su vida y de su propia habitación saqué el baúl del 1914, repleto de secretos y recuerdos, los cuales yo conocía por haber sido en sus últimos años de vida su confidente. Estuve con ella al momento de su muerte.  Se fue en paz pronunciando un nombre al cual se había aferrado en sus últimos años: ¡Jehová! Lo pronunció muchas veces, cada vez menos audible, hasta que finalmente se perdió el sonido, silenciándose su voz. La esencia de esa gran mujer fluye a sus anchas y mágicamente en este relato de La Inmortal.
El espejo es el complemento más importante de esta obra.   Es el que causa mágicamente la reproducción de una imagen por la reflexión de la luz, llevando la imagen invertida virtual respecto de la real que refleja.  Dicha imagen, según Matty, se transforma y es la causante de su malestar, considerándola responsable de su distorsionada y falsa apariencia. Ya no se veía hermosa, ya no se conocía a sí misma, sentía que su espejo la estaba traicionando. Ella estaba segura de su eterna juventud, la sentía dentro de todo su ser y defendía su derecho de disfrutarla.  Por eso, al final, colocó un manto negro sobre su amigo de tantos años para que su imagen actual no quedara atrapada en él y sólo quedara el recuerdo de la Matty de siempre, la inmortal.
Cabe señalar que La Inmortal fue merecedora del premio de Primer lugar en el certamen literario de la Sociedad de Escritores Gurabeños.  Este cuento cobra vida al ser presentado como obra de teatro por el grupo Artistas de la Calle. Mi señora madre, Amelia Correa Cruz, le da vida a este personaje y es precisamente ella la imagen en la portada de este libro junto a la joven Yaritza M. Rosa Castro, la otra Matty.
                                                         copyright: Idalia Castro Correa

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