martes, 20 de marzo de 2012

LA YEGUA SERRUCHO

See full size image

¡Recordar es vivir! Y dentro de esos recuerdos fluyen, como hadas mágicas, sentimientos de nostalgias y añoranzas. ¡Ay!, quién pudiera cerrar los ojos y al abrirlos encontrarse nuevamente en vivo y a todo color en aquella época dorada, vista bajo el cristal de la lupa del recuerdo; a veces perfeccionada por el amor, otras veces exagerada o tal vez subestimada por la falta de detalles:
Allá, desde el recuerdo del tío Seferino, surge este personaje que, a no ser por él y por sus mágicos y nostálgicos relatos, se hubiera quedado dormido por ‘sécula seculórum’.
El ser humano ha sobrevivido por obra y gracia de su curiosidad infinita. Siempre en busca de un futuro mejor, soñando, y logrando sus sueños. Hoy no existe un sólo lugar donde podamos posar nuestra vista en donde no encontremos la idea o el sueño de otro ser humano. Idea que se trabajó, se perfeccionó con el tiempo y ahora todos, de una manera u otra, disfrutamos. A decir verdad, debemos reconocer que estamos totalmente rodeados de sueños cumplidos y metas alcanzadas por alguien que se atrevió y persistió hasta alcanzar su objetivo. En este tiempo las opciones para cubrir nuestra necesidades, no importa cuales sean, son variadas y al gusto del consumidor.
Hace sesenta años atrás las cosas eran distintas y ahí es donde entra nuestra flamélicamente desnutrida yegüita Serrucho. Obviamente, el nombre le hacía honor a su apariencia por lo larga, larguísima, tan larga que sobre ella se podían montar diez muchachos y todavía sobraba espacio. ¡Qué larga era la yegua Serrucho y qué flaca, escuálida, diría yo! Su espinazo se levantaba en nudos, mostrando perfectamente el cajón de las costillas, haciendo difícil, sino imposible, la montura a pelo(al menos así la describe tío Sefe).
Resulta que la yegüita era el único medio de transportación de mi abuelo y su familia en aquella época. Entonces, con todo y su *inicutible  flacura, prestó los servicios de camioneta familiar. Todo lo que había que cargar se lo echaban al lomo. La yegua Serrucho tenía su caballero oficial; este trabajo le tocaba al tío Patricio. Me cuenta tío Sefe que un día, necesitados de salir para unirse a unas parrandas navideñas, echaron mano de la yegua Serrucho. Tío Patricio, como jinete oficial, se montó al frente, abuelo Epifanio detrás de tío Patricio, luego mi papá Luciano y en la parte de atrás se montó tío Sefe. Los cuatro iban cómodos porque todavía quedaba espacio para dos personas más. ¡Ah, pero esta yegua Serrucho también se las traía! Ella, como toda buena fémina de temple, tenía ciertas reglas y restricciones.
Contentos y cantando décimas navideñas, partieron los cinco camino abajo para acceder a la carretera principal que los llevaría al convite de navidad. Queriendo cortar camino, tomaron un atajo donde se encontraba una ciénaga de berro. El camino, un poco escabroso, le resultaba a tío Seferino peligroso y en su afán por no caerse de la yegua, le apretó los talones descalzos contra la barriga. ¡Rompió la regla! La yegua Serrucho les tenía totalmente prohibido que le tocaran la barriga porque ella era muy cosquillenta. Acto seguido, se levantó en dos patas y dejó caer a sus cuatro ocupantes en la ciénaga de berro. Después echó a correr internándose en el monte. A ellos no les costó más remedio que limpiarse la ropa lo mejor que pudieron, siguiendo su camino a patitas, primero maldiciendo a la yegua y después de un rato riéndose de muy buena gana porque tío Sefe había violado la regla de oro de la yegüita Serrucho.
Pero la historia no termina ahí. Después de caminar varias horas, sucios y hambrientos llegaron al lugar de la parranda. Aquello era el cielo abierto: ron cañita, música de cuatro y guitarra, baile bien ‘formao’. Allá en el fogón se podían distinguir las grandes ditas desbordadas de batata asada, guineítos sancochados, chicharrones y carne de cerdo, morcillitas picantes y sin pique...
La dueña de la casa resguardaba el fogón y a cada nuevo invitado que llegaba le servía tremendo cerro de comida; a todos menos a los que habían caído en la ciénaga del berro. Abuelo, hambriento y preocupado por sus hijos, fraguó un plan de emergencia. Se acercó a la dueña de la casa y haciendo uso de toda su gallardía y elegancia natural la invitó a bailar. Mientras la doña se divertía de lo lindo, tío Patricio, tío Sefe y mi papá se apropiaron de las ditas de comida y siguiendo el ejemplo de la yegua Serrucho, se internaron en el monte. Al terminarse la pieza de baile la doña vio que la comida había desaparecido. Mi abuelo, ni tonto ni perezoso, agarró una raja de leña y blandiéndola en el aire decía a todo pulmón: "Ay, si yo agarro a esoj bandoleroj que se robaron la comía... loj mato.  Y que no me aguante naiden polque juro que loj mato".
Después de un rato, abuelo se escabulló disimuladamente hacia el monte para continuar la fiesta; esta vez ‘jampiándose’ una colosal dita de arroz con gandules , chicharrones de cerdo y morcillitas picantes y para completar se mandó un juanetazo de pitorro por aquello de darle alegría al espíritu. Y colorín colorado, este cuento felizmente se ha acabado,  porque... ¡Barriguita llena, corazón contento!
            Dedicado a tío Seferino y a sus dulces recuerdos de juventud.


*inicutible= Esta palabra no aparece en el diccionario porque realmente fue creada por un ser que, a pesar de los años, todavía guarda esa maravillosa inocencia infantil.  Su nombre es Iris.  Ella utiliza esa palabra para describir algo muy delgado o pequeño. Esta palabra forma parte de nuestro vocabulario familiar.


CONSÍGUELO EN:  WWW.AMAZON.COM

1 comentario:

  1. Comentario de facebook por Wanda Medina
    La yegua serrucho me encanto me reí mucho esta tremenda la historia del tío seferino.

    ResponderBorrar