LA INMORTAL
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A INMORTAL
Cuánto tiempo perdido dormida en los
laureles de la ignorancia. Cuánto afán, cuánta lucha. Qué inmenso trayecto he
recorrido tras un no sé qué carente de forma. Ese no sé qué inexistente que
algunos llaman futuro. Es un inútil correr tras una mariposa traviesa que jamás
se deja alcanzar. Y al final... ¿qué queda? Una mujer a quien este espejo
descompuesto le muestra una imagen vieja y desgarbada. ¿Vieja?, viejo es el
viento y sopla; viejos los cerros y reverdecen. Tengo la fortaleza de un roble
en pleno florecer y me niego a morir...
Ya he muerto muchas veces. Dejé mi
adolescencia tendida en el monte como una hoja seca, cortando leña y cargando
agua desde el pozo hasta el rancho. ¿La juventud...?, esa quedó sepultada en la
pieza de caña; primero de pinche[1] y después regando
abono. Pero los sábados, ¡ay, los sábados!; ese día moría inevitablemente en
los inmisericordes brazos de Agustín cuando llegaba borracho. ¿Cómo es posible
que alguien le pueda llamar vida a esto que, más bien, siempre tuvo fachada de
purgatorio?".
Se miró en el espejo detenidamente y
continuó arguyendo su extraño monólogo que se transformaba en diálogo con la
Matty distorsionada del espejo. La otra Matty, la de afuera, sentía aún la
lozanía de la piel y en lo profundo de su alma danzaba con gráciles pasos una
hermosa adolescente de quince años:
-La Matty que vive en mí no se parece
en nada a ti-le dijo a la imagen reflejada en el espejo-Eres una caricatura mal
hecha, una broma pesada de algún sufrimiento viejo-La otra, la que estaba
atrapada tras la frialdad alucinante del vidrio, respondió con toda la
sinceridad maleada de quien está siempre a la defensiva.
-Es verdad. No me parezco en nada
a ti, pero vives en mí. Soy tu refugio y tu cárcel, el premio a la longevidad.
Soy tu futuro de ayer viviendo hoy. ¡Mírate Matty! Cada surco en tu piel es un
camino andado, un caminar constante sin descanso ni tregua. ¿Hacia dónde?,
hacia aquí. Vives en mí Matty... y tienes que aceptarme.
-¡Espejo mentiroso! ¿Por qué tratas de
engañarme? ¿Por qué me muestras ese remedo de mujer tratando de disfrazar la
realidad? Eres tú espejo, el que está viejo. Los años han desgastado tus
verdades y te has convertido en un mentiroso.
Dando unos pasos atrás vio cómo su
imagen se reflejaba casi completamente y olvidando su desacuerdo con el espejo,
exclamó horrorizada: "¡Dios mío!, mira qué panza. ¿A dónde se fue ese
cuerpo monumental que atraía miradas insinuantes? ¿Quién me lo habrá robado?
Agustín... sí, me lo robó Agustín. Los partos y los abortos acabaron con todo
aquello. ¡Sinvergüenza, bandolero! Y encima, también se muere. Más antes se
pudo haber...".
Un quejido dormido despertó en su
vientre, recorrió su pecho y reventó en agonía desde su boca hasta el infinito:
"No se olvida nunca a quien se ha ido. El dolor y el amor permanecen
unidos eternamente en silencio, agazapados, esperando la más mínima provocación
para lastimarme. Es que... lo amé tanto", musitó.
Arrastrando su muy pesada existencia se
dirigió a la sala, cargando en su alma joven una pena demasiado añeja como para
ser de ella. Su sala era tan modesta y sencilla como toda su casa. Poseía sólo
lo necesario para su vida cotidiana. Aún así estaba invadida de grandes y
poderosos recuerdos que la mantenían viva: Un baúl del 1914 (ya casi desecho)
que conservaba desde que tenía 16 años, vestidos de satín y encajes, protagonistas
de sueños dulcificados nunca cumplidos, cartas de un antiguo enamorado que le
ofrecía liberarla de las garras de Agustín, prendas: algunas de oro, otras de
fantasía fina que viajaron con ella desde su más tierna juventud hasta el
ocaso. Todo a su alrededor poblaba su mundo de figuras etéreas que desvanecían
su soledad sólo con recordar.
Con cierta pesadez se sentó en la
mecedora y sonrió al sorprenderse musitando un nombre: ¡Agustín! Luego
enmudeció cuando otro pensamiento atrajo su atención: "Oh no, pronto
llegará la noche". En ese momento quiso estar acompañada. Esas sombras
que-alguna vez lejanas-fueron sinónimo de amor, ahora la horrorizaban. Sin
perder tiempo fue a su habitación, se miró de reojo en el espejo y balbuceó:
"¡Mentiroso!". Se acomodó en la cama con su libro de oraciones y la
biblia. Las primeras sombras de la noche la sorprendieron orando. Al finalizar,
colocó la biblia abierta en su mesita de noche para que la protegiera de ‘ellos’.
Trató de conciliar el sueño, pero un sudor frío comenzó a mojar sus sábanas y
un temblor inexplicable verbeneaba en sus entrañas. Entonces se acurrucó
en posición fetal y esperó a que llegaran. Lentamente fue sometida por el
cansancio y se quedó dormida.
Repentinamente un fuerte zumbido rompió
la paz de su sueño. Abrió los ojos y como todas las noches, allí estaban. Los
latidos de su corazón se aceleraban al máximo. Su tembloroso cuerpo permanecía
a la merced de sus temibles fantasías: "¡Oh, no!, aquí están otra vez.
¡Socorro...!, ¡auxilio...!; por favor, alguien que me ayude, los disisibles
me quieren llevar". Veía cómo aquellas sombras atestaban la habitación
agrandándose y encogiéndose. Eran monstruos que flotaban en el aire, alrededor
de su cama, se deslizaban por el suelo y caminaban hacia ella amenazantes.
Aún el reflejo de la ventana que se dibujaba en la pared anunciaba la total
invasión de disisibles en la parte exterior de la casa.
Cansada ya de su perenne agonía
nocturna, se armó de valor y comenzó a gritar: "¡Fuera de mi casa malditos
disisibles, malditos... malditos!". Entonces, en un esfuerzo
sobrehumano, Matty traspasó la barrera física, liberándose de la tremenda
pesadez que la mantenía en cama. Tan enojada estaba con sus espantos nocturnos
que no se dio cuenta de cómo llegó al medio de la habitación. Tan sorprendida
estaba que no sabía cómo era posible que estuviera danzando con los brazos
extendidos, liviana y sin dolencias. Tan confundida estaba que no se
percató de cuándo ni por dónde se fueron los disisibles. ¡Tan feliz
estaba que todas sus pesadillas y dolores anteriores fueron perdonados por
ella!
Se acercó al espejo y se vio en la cama
dormida, todavía en posición fetal. Pero ella sabía que la imagen del espejo
estaba equivocada. ¿Cómo podía reflejarla en la cama si ella estaba frente a
él, de pie, moviéndose? Agitó sus brazos frente al espejo tratando de
verse, pero era inútil, pues su imagen no se reflejaba. Era ahora, en este
momento, cuando más necesitaba mirarse en el espejo. Sus brazos, su piel, toda
ella había sufrido una metamorfosis que veía con extraordinaria claridad. Sus
piernas habían adquirido la fuerza de su temprana juventud y aunque no podía
verse el rostro, sentía la tersura de una piel joven: "¿Qué te pasa
espejo? ¿Por qué no me reflejas ahora?" Trató de agarrarlo con fuerza para
sacudirlo, pero sus manos traspasaron la vieja madera. En ese momento se dio
cuenta del gran valor de su siempre incondicional espejo. Ningún ser humano
conocería su rostro, a no ser por el servicio eficiente de un buen espejo:
"Y ahora, ¿cómo voy a mirar mi rostro si mi espejo está descompuesto?
¡Despierta espejo, despierta!". El espejo permaneció con la misma imagen
de la Matty dormida, mientras que ella, rozagante y repleta de vida, le pedía
que le regalara un reflejo más: "Espejo, espejo, espejo...", Pero él
nunca contestó. Hubo un momento de silencio absoluto ante el descubrimiento que
recién había hecho. Instintivamente extendió su mano derecha alcanzando
una pieza de tela de satín negro y con toda la solemnidad de su alma la extendió
sobre su amigo para cubrir con ella su último reflejo, la imagen de
la Matty inconforme que se había quedado atrapada tras el frío
cristal, congelada en el tiempo.
Entonces, reconoció lo que había
sucedido. Sí, ya no había duda alguna, este era el fin. Siempre lo había
sospechado, es más, a pesar de su dolor sabía perfectamente que algún día
tendría que suceder. Su amigo fiel, su compañero de toda la vida, se había
terminado de descomponer. ¡Su espejo había muerto!
Doña
Juana Bautista Arestigueta Díaz,
Quien
inspiró en lo más profundo de mi alma
el personaje de
Matty, La inmortal.
[1] Pinche: Palabra que se utiliza en los campos de
Puerto Rico para referirse a la persona encargada de llevarles agua a los
trabajadores, especialmente a los de la caña. Generalmente utilizaban para
estos menesteres a muchachos muy jóvenes, ancianos o mujeres.
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