No existen palabras
buenas ni malas, sólo existen símbolos que al ponerlos juntos crean una imagen
mental. En este relato las palabras 'malas' son expresiones
desesperadas, producto de una tremenda frustración e impotencia
ante la profunda inhabilidad de control físico, emocional y sobre
todo mental.
E
|
ran
las seis de la tarde y no había probado bocado en todo el día. Casi había
perdido la conciencia con el último cantazo de droga. En su mente confundida y
enferma volaban miles de corceles negros que dibujaban con sus patas delanteras
en el aire: "más, más, más...".
Trató de abrir los ojos y era casi imposible; unas
manos invisibles se los sujetaban con mucha fuerza. Esperó unos segundos y
comenzó a medio abrirlos. A través de las largas pestañas podía ver los
barrotes de una celda imaginaria que lo mantenía privado de su libertad. Miró sus
pies sucios, repletos de llagas infectadas y se dijo: "Estoy ‘jodío’,
maldita sea la cabrona droga. ¿Cuándo carajo voy a salir de esto?".
Recordó su niñez, cuando podía disfrutar de un hogar y de los cálidos brazos de
una madre sobreprotectora que finalmente terminó yéndose para el cielo.
Entonces se juró: "Esto se acabó. No me voy a meter más esa porquería.
¡Ay, Diosito Santo, ayúdame!".
Con mucho trabajo logró incorporarse y decidió
regresar a casa para pedirle perdón a su padre. A su regreso lo esperaba un
padre ansioso, con los brazos abiertos, habiéndole perdonado todas sus
parejerías y malacrianzas pasadas: "¡Ay mi’jo, mira cómo estás! Vete y
báñate para que comas algo calientito". Después de su aseo, de afeitarse y
ponerse ropa limpia, volvía otra vez a notarse las finas facciones de un joven
guapo que distaba mucho del tipo que pedía dinero en las calles para
drogarse.
Esa noche cenó bajo el amparo del hogar unas sopitas
calientes con arroz blanco: "Mira mi’jo, quédate a dormir aquí esta
noche", le dijo el padre anhelante y lleno de esperanzas. Su habitación
siempre había estado disponible. La única razón para estar fuera del hogar,
sufriendo tantas calamidades, era su maldita adicción a las drogas. En más de
una ocasión lo habían internado en centros de rehabilitación. Incluso una vez,
cuando comenzaba a desviarse hacia el infierno de las drogas, su padre se le
arrodilló en la calle rogándole de favor que no siguiera hundiéndose en
ese trágico mundo, pero todo fue en vano. La droga era la dueña absoluta de su
vida. Formaba parte de un inmenso grupo de jóvenes que habían caído presos de
su afán inicial de experimentar otras sensaciones fuera de este mundo. Él,
inmaduro, a raíz de la muerte de su madre se sumergió por completo y sin
control en esa pesadilla anunciada.
Conversó un rato con su padre y luego se retiró a la
habitación. Por primera vez en mucho tiempo, disfrutaba de una cama limpia y
mullida. Se fijó en el abanico del techo. Daba vueltas tan rápido que a su
vista las aspas se desaparecían y sólo quedaba la redonda base que las
sujetaba. Esto le provocó náuseas y tuvo que salir corriendo para el baño a
vomitar: "Maldita sea, ya me estoy enfermando. Pero... no me vas a
ganar". Se regresó a la cama preso de un molestoso sudor frío. Toda la
noche la pasó sintiendo cómo cada célula de su cuerpo le pedía a gritos la
cura. Estaba viviendo un infierno insoportable. En su delirio veía cómo una
jeringuilla gigante blanca se insertaba justo al centro del corazón y esparcía
por todo su cuerpo una sensación de bienestar que expulsaba sus calambres en
forma de sapos rojos, verdes y azules. Esta visión duraba segundos y luego
sentía la realidad de sus músculos anudados por el calambre. Vómitos, diarreas,
sudores fríos; la muerte sobre su espalda liderando el millar de corceles
negros.
En la mañana ya se le habían agotado todas las fuerzas
y como pudo se fue a la calle a buscar la manera de solucionar su problema.
Temblando llegó hasta el 'punto' y le dijo al vendedor: "Mira chico, estoy
enfermo, fíamela por hoy. Te prometo que en la tarde te traigo los
chavos". "Nosotros aquí no fiamos, así que circula antes que te demos
pa’bajo". Cabizbajo, temblando y con los brazos cruzados, se alejó.
Una terrible sensación de rabia e impotencia se le
anudaba en la garganta conteniendo un llanto viejo porque ‘los hombres no
lloran’ y aún guardaba para sí una pizca de dignidad. En su mente comenzó a
idear una y otra vez las diferentes maneras de obtener el dinero para costearse
la cura. Con un vaso de cartón se le acercaba a las personas para pedir dinero.
Algunos le tiraban par de centavos, otros le recriminaban diciéndole que se
fuera a trabajar. Durante dos horas sólo había recogido un dólar y
cincuenta centavos. Desesperado decía: "Esto está cabrón".
Siguió deambulando por las calles buscando la manera de hacer lo que fuera para
conseguir la cura... y la consiguió.
Al recibir el cantazo sintió que su espíritu
se desprendió del cuerpo elevándolo a un estado supremo de placer momentáneo.
Allí, en aquel lugar solitario, alejado del bullicio del pueblo y drogado, se
sentía como un rey en su 'palacio de cartón'. De repente sintió unas manos
poderosas que lo levantaron del suelo sacudiéndolo con fuerza; manos que
salieron de la nada. Eran tres individuos que lo restrellaron contra el
suelo y comenzaron a golpearlo. Después de muchos golpes, exhausto y casi sin
fuerzas, él les gritaba: "Mira, bendito, no me golpeen
más"; pero ellos continuaban agrediéndolo, propinándole puños y patadas.
Uno de ellos trató de detener al más abusador diciéndole: "Ya está bueno
chico, el 'cabrúfalo' este ya se está muriendo". "No, no... a este
'hijuela' hay que rematarlo", contestó. Agarró un pedazo de madera 4"
X 4" y lo levantó al aire con una furia infernal. Otro de los hombres se
le abalanzó encima para tratar de evitar el golpe: "Quítate coño, porque
te jodo a ti también".
Desde el suelo, el adicto vio cómo ese monstruo lleno
de maldad y furia levantaba el arma mortal que le arrebataría la vida. Hubiera
deseado que el proceso fuera rápido, pero una inmensidad de tiempo se
interponía entre el golpe y él. Un proceso a cámara lenta lo regresaba a su
hogar. Vio a su padre, a sus hermanos y hermanas llorando por su partida.
Se arrepintió de todos sus pecados, pidió perdón a Dios y volando fuera del cuerpo
fue a refugiarse en los brazos de su madre y junto a su hermano menor, años
antes fallecidos. El tremendo golpe fue asestado con precisión. Su cráneo fue
destrozado, la quijada le fue desprendida y el rostro quedó totalmente
desfigurado. Finalmente lo dejaron tirado en la acera dándolo por muerto.
Hay saña dentro de algunos seres humanos y la
violencia no es exclusiva de los ignorantes o delincuentes habituales. Esos
tres despiadados se hicieron dueños de la ley que una vez juraron defender
y conociéndola perfectamente la violaron con premeditación y alevosía, a plena
conciencia de lo que estaban haciendo y con toda maña.
En la mañana fue encontrado por una persona que
conducía por el lugar. Este buen samaritano dio parte a las autoridades e
inmediatamente se personaron al lugar policías e investigadores. La escena que
encontraron fue totalmente impresionante: una persona inconsciente con la
cabeza y el rostro destrozados sobre un baño de sangre. La noticia del
día era: "Mataron al ambulante de la luz".
Para sorpresa de muchos y desgracia de otros, aún presentaba signos
vitales... ¡aún estaba vivo! Rápidamente fue puesto en una
ambulancia donde lo acompañaba un policía que, contrario a los
agresores, respeta el juramento de protección a los ciudadanos. Él le
sostenía la mano y le decía frases de aliento: "Aguanta flaquito, aguanta.
Ya verás que todo va a salir bien". El apoyo de este
buen Agente fue realmente un alivio para el joven herido. Inmediatamente
fue llevado al hospital donde le salvaron la vida.
Después de muchas cirugías y varios meses de
hospitalización, regresó a su casa, aún sin poder hablar por el daño provocado
a su quijada. La identidad de los bandoleros que lo habían golpeado había
estado a salvo por varios meses, pero ellos, delincuentes al fin, deseaban
terminar con su trabajo. Una vez él mejoró y pudo hablar, lo citaron para que
fuera al cuartel de la policía a hacer el reporte. Su padre lo acompañó porque
ya ambos habían quedado de acuerdo con denunciar a los agresores. Esto era como
entrar a la boca del lobo. Al llegar el momento de la entrevista no le
permitieron a su padre estar presente. Se lo llevaron a él a una habitación
donde sólo los que estaban allí saben lo que ocurrió. Amenazas desconocidas
para los demás dejaron impune ese abuso, ese terrible atropello,
aunque esos abusadores están sujetos... ¡a la Justicia Divina!
Al salir de la habitación su padre le preguntó:
"¿Los denunciaste?". “No, no pude". "Pero... ¿por qué
no?". Él bajó la cabeza sin responderle y con un terrible sentido de
impotencia apretándole el alma aseveró para sus adentros: ¡Ah, coño, carajo...
si los denuncio, tú te me mueres!
En honor a un ser muy especial
que nos deja con una gran lección
Estas
fueron las últimas palabras que me dijo.
Escucha bien sus palabras:
"Ay
Tití, estoy ‘juqueao’, no puedo dejar esta porquería.
Nadie debería ni siquiera probar esto,
es un
infierno lo que se vive con esta mierda”.
10 DE ENERO DE 1971 - 28
DE JULIO DE 2011
¡YA DESCANSA EN PAZ!
Con muchas lágrimas lo termine, sin saber cuánto sufrio.Ahora me doy cuenta el infierno de las drogas! Espero q este con mamita y Ivansito en el cielo. Siempre los amare. Su hermana.Sonia.. Gracias titi Idalia.
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