viernes, 31 de marzo de 2017

Cuatro, Guitarra y Güiro


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¡Suena guitarra de ensueño, suena y llévame en las alas de tus notas, a mi campo del recuerdo. Tus notas huelen a terruño... mi querido terruño!

E

sas frases me hacen recordar a mi padre sembrando en la tala. Yo podía pasar horas bajo el terrero de sol solamente admirando aquella esbelta figura que con afán arañaba la tierra para después recoger de ella los frutos preciados que alimentaban nuestro cuerpo. Siempre agradecíamos a Dios por el fruto bendito que la madre naturaleza nos regalaba. ¡Claro que sabíamos lo que era el hambre! No siempre había para comer, por eso el agradecimiento era más significativo.

¿Cómo podemos catalogar aquella era donde no había ningún adelanto y lo más cerca de la tecnología pudo haber sido un radio de transistores? Era una época de genios donde se tenía que inventar todo. Si querías tener un juguete tenías que hacerlo. Las niñas, desde muy jóvenes, tenían por fuerza que aprender a llevar todas las labores de un hogar. Nos enseñaban a cocinar, barrer, mapear, lavar la ropa, almidonarla y plancharla. Se nos enseñó que la casa debía de barrerse tres veces al día, en la mañana, el mediodía y a las cuatro de la tarde. Para mantener la cocina recogida era el mismo procedimiento. Tres veces había que cocinar, tres veces había que fregar los trastes. Cuando terminabas de fregar era casi hora de comenzar a cocinar de nuevo. A los niños se les enseñaba a madrugar para trabajar en el campo u ordeñar las vacas, darle comida a los cerdos , mover los becerros de lugar y muchas tareas más. No había televisión, teléfono, computadora, "Nintendo" y mucho menos "Wii". Todavía no sé cómo catalogar esa época; lo que sí sé es que dentro de esta vida moderna con todos sus beneficios y adelantos, cuando escucho mi cuatro típico Puertorriqueño junto al güiro y la guitarra, regreso a mi esencia; aquella que perdura en mí como un tesoro de valor incalculable, aquella que me lleva a mis comienzos, la que me conecta con la madre tierra. Sí... tierra boricua adherida desde mi nacimiento a mi piel mulata y por dentro un espíritu adornado con la flor del flamboyán.

Entre todo el afán diario y a pesar de las vicisitudes aún existía ese respeto hacia los demás y ese sabor delicioso que nos hacía disfrutar cada cosa en el camino. Se sentía rico enfrascarse en un proyecto de costura y finalmente poder lucir la pieza hecha. Se sentía rico limpiar la plancha sobre hollejos de guineo para luego deslizarla sobre la pieza de ropa almidonada. El olor que despedía se enredaba en tu nariz y te hacía soñar con el futuro próspero que te esperaba. Era rico limpiar los zapatos negros con anilina y los blancos con "Griffin". Era rico hacer los preparativos para visitar la iglesia el domingo. Más rico aún era correr descalza a campo abierto jugando al esconder o al marro. ¿Cómo puedo catalogar esta época donde, sin darnos cuenta, disfrutábamos la vida teniendo siempre especial atención a los pequeños detalles? Una flor tejida para añadirla a un vestido se traducía en un detalle hermoso que traía alegría.

La llegada de la navidad era espectacular. Se disfrutaba al máximo la extensa preparación de las mejores comidas y postres característicos de esa época: arroz con gandures recién ‘esgranaos’ hecho al fogón, lechón ‘asao’ a la barita, pasteles con las viandas cosechadas en la tala de la casa, morcillitas picantes y sin pique, verdura ‘sancochá’, arroz con dulce, tembleque, majarete y dulce de lechosa. Y para completar, los hombres se mandaban el pitorro o ron cañita hecho en el alambique que ellos mismos preparaban. El ponche para las damas para a los niños: galletas florecitas, avellanas, nueces, dulces arrugaditos de pote y para completar coctel de frutas. Ese era el esperado momento de vestir tus mejores galas. La música se paseaba por el campo invitando a parientes, conocidos y aún desconocidos a unirse a las fiestas. Cuatro, güiro, guitarra y trovadores, todos unidos en celebración de la vida:

La virgen sagrada  se celebra en mayo,

flores le llevamos toditas las damas.

De la siciliana hice un macetero.

Lo hice con esmero, gracioso y de origen;

lo llevo a la virgen en el día primero.

Casi me siento güiro, casi me siento cuatro, casi me siento guitarra; porque así somos los Puertorriqueños, embajadores del arte y la alegría, esparcidos como el polen a través de todo el mundo.

A Mario Castro Correa y a todos
 
* los músicos de mi tierra*

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