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la vi sentada bajo la cepa de bambú, sorbiendo los últimos halitos de vida.
Miraba al horizonte. Dábame la impresión de estar inmersa en sus recuerdos de
antaño porque una expresión nostálgica se dibujaba en su rostro. Negra y
harapienta, con su cabello enmarañado, los terrosos pies medio cubiertos por
unas sandalias casi desechas, no podían ocultar la grandeza de espíritu de
aquella mujer que regaló todo lo material que poseía para quedar al fin
desamparada. Nunca supo que aquella regla de vida que reza, ayudar a los demás
es importante y es cristiano, pero no al extremo de dañar tu propia existencia.
Dorotea
nunca supo que para poder ayudar a los demás ella debía cuidarse primero.
Cuando ya no tenía nada que ofrecer, dejó de tener hijos, familiares y amigos.
Lo último en perder fue la casa. Una hipoteca mal hecha para resolver problemas
ajenos la desterró del hogar convirtiéndola en una ambulante más. Todo lo
material que ahora poseía deambulaba con ella en un carrito de compras que se
encontró en la calle. Algunas cajas de cartón y algunos sorbos de ron la
cubrían del frío por las noches. Expuesta a toda clase de peligros, se vio
obligada a convertirse en una persona huraña, pero no era así con todos, sólo
con aquellos que le representaban peligro. Negrita Dorotea, peleona y mal
hablada- Negrita Dorotea, sabiduría ambulante.
Poco
a Poco fui acercándome para obtener de ella egoístamente unos minutos de
conversación. Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no advirtió mi
presencia:
-Hey,
Dorotea... Wehey, ¿cómo estás?-Me miró con una de esas miradas ebrias que rompen
la barrera del raciocinio para entrar en un mundo mágico donde todo es posible.
-Ah,
aquí, mirando la vida pasar y descubriendo secretos.
-¿Secretos...?
¿Qué secretos?
-Es
que la vida es muy corta, dura solamente un segundo, el último segundo.
-Interesante.
Anda, continúa... no te voy a interrumpir.
-Estoy
descubriendo que todo ser humano se despierta a la vida con un tesoro de valor
incalculable. Todos, sin excepción, nacemos con un gigante por dentro. Un
gigante que es capaz de hacer cualquier cosa. Puede romper con los miedos que
nos paralizan. Puede moverse con seguridad y aplomo a donde sea porque sabe que
es gigante y nadie es más grande que él. Los demás pueden ser como él, pero no
más grandes. El asunto es que este gigante siempre está dormido y a veces es
casi imposible despertarlo. Este gigante que vive en mí se quedó dormido para
siempre y la verdad es que no me interesa despertarlo. No te puedo decir que
después de la muerte una vida me espera. Más bien puedo suponer, viendo el
desarrollo de la naturaleza, que irremediablemente voy a dejar de ser. Puedo
dejar mi semilla regada por el mundo, si así Dios lo decide... para no dejarme
morir del todo... ¿tú me entiendes, verdad?-asentí con la cabeza para no
interrumpir su disertación-Mi preocupación es encontrar ese algo sobrenatural
que me brinde vida después de la muerte.
-O
sea, que tú lo que quieres es que las personas te recuerden tal cual fuiste.
-Cierto.
-Ah,
eso es muy fácil Dorotea. Espera y verás cómo te hago el milagrito.
Salí
corriendo carretera abajo para buscar mi cámara de video con la intención de
hacer un reportaje tan profundo, tan crudo y tan real, que cualquier televisora
estaría interesada en comprar. Regresé exhausta, casi sin aliento de tanto
correr, pero al llegar Dorotea había desaparecido. Me senté bajo la cepa de
bambú, tal vez con la misma mirada nostálgica y defraudada que había percibido
en Dorotea. Imaginé cómo habría sido el reportaje, Dorotea derramando sabiduría
a través del lente televisivo hasta los ojos soñolientos de algún
televidente despreocupado o demasiado ocupado como para validar la vida de esta
extraordinaria mujer. Entonces pensé y sonreí al darme cuenta que Dorotea se
merecía más que eso. Merecía ser recordada por los seres que amó y que la
amaron, sin bombos ni platillos, sin vítores ni orquestas. Su grandeza se
merecía el lugar del corazón de las personas; un recuerdo resguardado en el
calor del alma. De todas maneras, su semilla se había plantado y recorrería de
generación en generación como sangre de aristocracia y abolengo. Su apariencia
de pordiosera era solamente un disfraz para ocultar el mar de sabiduría que
transcendería después de su muerte.
Esta
mañana apareció dormida en una cuneta en la calle. Debajo de ella corría
levemente un hilo de agua que mojaba sus greñas traseras desplazándose hasta
sus pies descalzos. Paz se reflejaba en su rostro y en el mío una expresión
melancólica. Al tratar de despertarla supimos que se había ido. Su gigante
despertó obligándola a abandonar el disfraz. No sé si habrá trascendido y
estará junto al Señor haciéndole honor a su nombre: ¡Dorotea, adoradora de
Dios! o simplemente, como ella decía... dejó de ser.
Priscilla Morales- hay esta dorotea me hiso llorar! lo bueno que ella rezana y ayudaba a los demas asi como tu idalia.
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