REGALO DE CUMPLEAÑOS
E
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l sonar del teléfono la saco de su
sueño a las siete de la mañana. Con mucha pesadez comenzó a estirarse y
restregarse los ojos. Por un momento olvidó que estaba enojada, muy enojada.
Prácticamente se había desvelado. No fue sino hasta la madrugada que logró
conciliar el sueño:
"Ay Dios mío, cuántas veces
le he dicho a este hombre que si se va a amanecer en la calle que al menos me
llame para saber que está bien. Ese maldito trabajo. ¿Por qué tienen que
atraerle tanto las cosas prohibidas? Ah no, pero como él dice que 'el que
trabaja es porque no sabe hacer nada más'. Y él tan inteligente, vive con
la vida en un hilo; adrenalina pura, descontrol total. Su forma de vivir no va
de acuerdo a sus sentimientos ni a su calidad humana. Es un Robin Hood moderno.
Quiere resolverle problemas a todo el mundo. ¡Hum, y a mí, que me parta un
rayo! ¿Por qué tiene que vivir tan a prisa? Vive tres días en uno,
constantemente en un corre y corre. Ah, y de mujeres ni se diga, le llueven
como agua del cielo. Menos mal que mis cuernos son de rosca y me los quito
cuando quiero. Es más, ya ni me importa si sale con otras. Total, nunca me
falta nada. Soy su legítima esposa, la madre de su hija, la que puede, la
sagrada. Podrá pajarear por ahí con quien sea, pero siempre termina en mis
brazos porque, después de todo, es a mí a quien ama".
La noche anterior él había salido con
su jefe a hacer la última ronda de recogido de números para el próximo sorteo
de la 'bolita'. La última vez que ella lo vio fue como a las nueve y media de
la noche, frente a la casa del padre de ella, que casualmente había llegado de
Estados Unidos para pasar un tiempo con su familia. El abrazó a la niña y
bromeando la regañó a ella por haberle abierto su correspondencia. Después,
ella se fue a su casa a esperar a que él llegara... pero no llegó:
"Este tiene que haberse ido para la 23 con la amante nueva esa que tiene,
la tal Monín. No sé qué de bonito le ve si esa mujer hasta parece un macho.
Bien le pusieron el nombre, no porque sea un estuche de monerías, sino porque
parece una mona. ¡Pendeja...! Se cree que yo no sé quién es ella, pero me va a
conocer, claro que me va a conocer. ¡Condenación!, un día de estos se me
va a reventar el corazón de tanta angustia".
A eso de las tres de la madrugada lo
llamó al teléfono celular, pero no recibió contestación. Finalmente el sueño la
venció. Entre dormida y despierta lo sintió llegar sonando las llaves. Pensó en
levantarse para reclamarle por la tardanza, pero prefirió esperar a que llegara
la mañana. Sabía que sus encontronazos siempre terminaban en besos y caricias,
arrumacos y amor, pero ella estaba demasiado enojada como para premiarlo.
Finalmente lo sintió acostarse a su lado y sus nervios se tranquilizaron dando
paso al sueño profundo.
Al sonar el teléfono se dio cuenta de
que él no estaba a su lado. Se habrá ido al baño, pensó:
-"Hello", ¿quién es?
-Hola, soy Ana, la esposa de Carlos (el
jefe de su esposo).
-Ah, hola. Me extraña que estés
llamando a esta hora.
-¿Ya sabes la noticia?
-No, ¿qué noticia?
-Lamento ser yo quien te lo diga, pero
a nuestros esposos anoche les hicieron una encerrona. Mi esposo esta herido en
el hospital y a tu esposo lo mataron...
Un dolor, jamás experimentado por ella,
invadió su cuerpo, su alma, su espíritu. Dejó caer el teléfono y un súbito
grito de angustia se abrió paso garganta afuera sin control. Era un grito que
le parecía ajeno, salido de otra persona, de otra menos de ella. "Él me
puede causar cualquier dolor, pero no este, no este". Luego pensó en la
niña y su fuerza maternal la obligó a tranquilizarse. Se dirigió hacia el baño
con la esperanza de encontrarlo allí. Como en cámara lenta levantó su rostro
para mirarse en el espejo y efectivamente, ahí estaba tras ella, abrazándola
como siempre. Sus brazos fuertes la rodeaban apretándola contra su pecho. Ella
cerró sus ojos respirando aliviada y deleitándose en el momento mágico que la
llevaba a perdonarle todos sus errores pasados, presentes y hasta futuros. Al
abrir sus ojos se encontró de nuevo sola; entonces, en medio de un dolor
indescriptible, reconoció que realmente él se había ido para siempre.
Recordó que una semana antes su propia
imagen en el espejo le había dicho que se iba a convertir en viuda. Ella estaba
acostumbrada a ver y sentir cosas entrañas, por eso no le había prestado mucha atención
al incidente. Ahora, desgraciadamente confirmaba que su imagen le había dicho
la verdad.
Un rato después llegó Ana para contarle
los pormenores. Le contó que los hombres habían sido emboscados en una
carretera y que ni siquiera les dio tiempo de sacar sus armas para
defenderse. El esposo de Ana estaba malherido, con la vida dependiendo de
una máquina a la cual estaba conectado. Su esposo había muerto en el
lugar de los hechos, fulminado por siete balazos.
Dos horas después ella se encontraba
junto a su padre en la oficina del forense para identificar el cadáver. Hasta
el último momento deseó con toda su alma que todos se hubieran equivocado. No,
no podía ser, su esposo, el invencible, el hombre fuerte, valiente, astuto, el
más querido por todos. No, nadie podía vencerlo. Lo mas seguro que se trataba
de otra persona. El forense interrumpió sus pensamientos mostrándole las fotos
del difunto. Un temblor incómodo se apoderó de ella, ni siquiera tenía el valor
para posar su vista sobre las fotos. Respiró profundo para armarse de
valor y miró con angustia los rasgos indios de su compañero. Sus ojos a medio
cerrar denunciaban la desesperación de sus últimos momentos de vida:
-Señora, ¿Es este su esposo? preguntó
el forense.
-Sí, pero no.
-¿Es... o no es?
-Sí, pero no.
-¿Eso
significa que este cadáver corresponde a su esposo?
-Sí,
pero no.
-Señora, ¿es él?.. Necesitamos
saber con seguridad si es él.
-Sí,
es él pero... ¡no puede ser!, contestó sollozando.
La
mujer que ella había sido hasta ese momento murió junto a su esposo y en su
lugar quedaba una persona distinta que comenzaba a vivir de nuevo.
Tendría que reinventarse, entrenarse, aprender, porque tan dependiente de él
como era, se había quedado en un limbo. Ahora tenía las riendas del
hogar, de su vida y la de su hija. Ahora le correspondía contestarle
todas sus preguntas; aunque, por más que quisiera no iba a poder suplir la
necesidad de la niña de verlo y sentirlo. Esa inconformidad perenne y sin
solución la llevaría para el resto de su vida atada a ella, atada a su pecho...
el dolor jamás se iría.
La
necesidad y el dolor le dieron con todo lo que tenían aprendiendo a duras penas
a desenvolverse sola. Constantemente sentía a su esposo rondar por la
casa. Lo sentía llegar sonando las llaves, acostarse junto a ella,
abrazarla. Otras veces podía percibir su olor flotando en el
ambiente. A veces la percepción era más real, como ver cuando se abría el
portón de la casa y a su perro ladrar con alegría moviendo la cola. Otras
veces el radio del auto se encendía solo, como acostumbraba encenderlo él
cuando limpiaba su auto. A veces, después de ducharse, sentía cómo sus
manos la tocaban hasta desenrollarle sutilmente la toalla del cabello.
Las pocas veces que no lo sentía iba al armario donde guardaba su ropa y se
ponía sus camisas. Así se sentía abrazada por él.
Se sorprendió un día que casualmente
vio caer de los bolsillos de su pantalón un papel. Lo recogió y se dio cuenta
de que era el recibo de una tienda; ¡fueron tantas las cosas que quedaron
inconclusas! Dentro de dos semanas sería el cumpleaños de ella. Era el primero,
después de diez años, que pasaría sin él. El primero sin sus regalos y sus
mimos. Recordó que semanas antes de morir salieron a las tiendas y él indagó,
como quien no quiere la cosa, qué le gustaría para su próximo cumpleaños. Ella
le mostró un equipo de música para la sala de la casa. Ahora eso no importaba,
con gusto hubiera ofrendado todas sus comodidades a cambio de la vida de él. No
obstante, curiosa ante el hallazgo se dirigió a la tienda para ver de qué se
trataba.
Entrar a la tienda la transportó
a su última visita tomada de la mano de él. Caminó por los pasillos y entre
góndolas de mercancía iba recordando toda la conversación de ese día. Recordó
que él le había comprado a su hija varios vestidos y algunos juguetes. Como
siempre, la conversación era la misma: "Estás consintiendo mucho a la
niña. No debes comprarle tantos juguetes", le decía. "Ella se lo
merece porque es muy buena", contestaba él. Después del recorrido del recuerdo y la
nostalgia, se acercó a la empleada de la tienda y le mostró el recibo. La
empleada leyó la información y le dijo: "A ver, sí, mira, esto lo compró
un caballero hace un mes. Lo pagó en su totalidad, pero nos pidió que se lo
guardáramos porque era el regalo de cumpleaños para su esposa. "¿Es usted
su esposa?", preguntó la joven. "Sí", contestó ella. "Se ve
que su esposo la quiere mucho. Supongo que debo entregárselo. ¡Feliz
cumpleaños!", concluyó la joven, poniendo una caja a su disposición.
Ésta contenía el equipo de música que, en su visita anterior a la tienda, ella
le había indicado a él que le gustaba. Un sollozo largo y profundo se apodero
de ella. Fue presa de una mezcla de sentimientos encontrados: dolor porque él
se había ido, alegría de saber que ella siempre estaba en sus pensamientos,
certeza de que, a pesar de todas sus amantes, ella fue indiscutible y
eternamente su gran amor. Otra vez percibió su perfume y sintió sus brazos
fuertes consolándola. Entonces supo que él no se había ido porque mientras ella
lo amara él continuaría abrazándola una, otra y otra vez...
A Gul, a su recuerdo imborrable.
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