¡Suena guitarra de ensueño, suena
y llévame en las alas de tus notas, a mi campo del recuerdo. Tus notas huelen a
terruño... mi querido terruño!
E
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sas
frases me hacen recordar a mi padre sembrando en la tala. Yo podía pasar horas
bajo el terrero de sol solamente admirando aquella esbelta figura que con afán
arañaba la tierra para después recoger de ella los frutos preciados que
alimentaban nuestro cuerpo. Siempre agradecíamos a Dios por el fruto bendito
que la madre naturaleza nos regalaba. ¡Claro que sabíamos lo que era el hambre!
No siempre había para comer, por eso el agradecimiento era más significativo.
¿Cómo
podemos catalogar aquella era donde no había ningún adelanto y lo más
cerca de la tecnología pudo haber sido un radio de transistores? Era
una época de genios donde se tenía que inventar todo. Si querías tener un
juguete tenías que hacerlo. Las niñas, desde muy jóvenes, tenían por fuerza que
aprender a llevar todas las labores de un hogar. Nos enseñaban a cocinar,
barrer, mapear, lavar la ropa, almidonarla y plancharla. Se nos enseñó que la
casa debía de barrerse tres veces al día, en la mañana, el mediodía y a las
cuatro de la tarde. Para mantener la cocina recogida era el mismo
procedimiento. Tres veces había que cocinar, tres veces había que fregar los
trastes. Cuando terminabas de fregar era casi hora de comenzar a cocinar de
nuevo. A los niños se les enseñaba a madrugar para trabajar en el campo u
ordeñar las vacas, darle comida a los cerdos , mover los becerros de lugar y
muchas tareas más. No había televisión, teléfono, computadora,
"Nintendo" y mucho menos "Wii". Todavía no sé cómo
catalogar esa época; lo que sí sé es que dentro de esta vida moderna con todos
sus beneficios y adelantos, cuando escucho mi cuatro típico Puertorriqueño
junto al güiro y la guitarra, regreso a mi esencia; aquella que perdura en mí
como un tesoro de valor incalculable, aquella que me lleva a mis comienzos, la
que me conecta con la madre tierra. Sí... tierra boricua adherida desde mi
nacimiento a mi piel mulata y por dentro un espíritu adornado con la flor del
flamboyán.
Entre
todo el afán diario y a pesar de las vicisitudes aún existía ese respeto hacia
los demás y ese sabor delicioso que nos hacía disfrutar cada cosa en el camino.
Se sentía rico enfrascarse en un proyecto de costura y finalmente poder lucir
la pieza hecha. Se sentía rico limpiar la plancha sobre hollejos de guineo para
luego deslizarla sobre la pieza de ropa almidonada. El olor que despedía se
enredaba en tu nariz y te hacía soñar con el futuro próspero que te esperaba.
Era rico limpiar los zapatos negros con anilina y los blancos con
"Griffin". Era rico hacer los preparativos para visitar la iglesia el
domingo. Más rico aún era correr descalza a campo abierto jugando al esconder o
al marro. ¿Cómo puedo catalogar esta época donde, sin darnos cuenta,
disfrutábamos la vida teniendo siempre especial atención a los pequeños
detalles? Una flor tejida para añadirla a un vestido se traducía en un detalle
hermoso que traía alegría.
La
llegada de la navidad era espectacular. Se disfrutaba al máximo la extensa
preparación de las mejores comidas y postres característicos de esa época:
arroz con gandures recién ‘esgranaos’ hecho al fogón, lechón ‘asao’ a la
barita, pasteles con las viandas cosechadas en la tala de la casa, morcillitas
picantes y sin pique, verdura ‘sancochá’, arroz con dulce, tembleque, majarete
y dulce de lechosa. Y para completar, los hombres se mandaban el pitorro o ron
cañita hecho en el alambique que ellos mismos preparaban. El ponche para las
damas para a los niños: galletas florecitas, avellanas, nueces, dulces
arrugaditos de pote y para completar coctel de frutas. Ese era el esperado
momento de vestir tus mejores galas. La música se paseaba por el campo
invitando a parientes, conocidos y aún desconocidos a unirse a las fiestas.
Cuatro, güiro, guitarra y trovadores, todos unidos en celebración de la vida:
La virgen sagrada
se celebra en mayo,
flores le llevamos
toditas las damas.
De la siciliana
hice un macetero.
Lo hice con esmero,
gracioso y de origen;
lo llevo a la
virgen en el día primero.
Casi
me siento güiro, casi me siento cuatro, casi me siento guitarra; porque así
somos los Puertorriqueños, embajadores del arte y la alegría, esparcidos
como el polen a través de todo el mundo.
A Mario Castro Correa y a todos
* los músicos de mi tierra*