Durante mis largos años de matrimonio me ha tocado en muchísimas ocasiones ser ama de casa. Desde niña se me enseñó a llevar todas la tareas del hogar y a regañadientes las aprendí. A los doce años ya tenía las habilidades y los conocimientos suficientes como para hacer funcionar un hogar efectivamente, (Ojo que no dije perfectamente, pero si a un nivel de c+, lo cual es aceptable). No es tarea que me agrade o desagrade, el asunto es que padezco de un despiste crónico que me lleva a estar la mitad del día en el aire. Ahora, a una edad más avanzada sé que es una condición que de haber buscado ayuda hubiera sido tratable pero he vivido toda mi vida con ella y en mayor o menor grado he podido desarrollarme normalmente, aunque a veces he necesitado que me sacudan para bajarme de la luna. Lo que sucede es que soy escritora del alma y las musas con demasiada facilidad me abrazan y me llevan a volar con ellas. Yo, simplemente me dejo llevar y cuando me doy cuenta ya ha pasado mi día. Pero tengo mis estrategias cuando quiero hacer una labor física para el bienestar de la familia. Una de las cosas que me motivan es preparar los alimentos para mi esposo. Cuando él llegaba a la casa después de su trabajo la comida debía estar lista. Claro, él trabajaba para la familia, a mí me correspondía tener el hogar en condiciones agradables y una buena comida sobre la mesa. Mi anhelo era escucharlo decir algo como “Wow, que rica está la comida o mami te botaste, esta comida está deliciosa”. Era como el aplauso a mi esfuerzo sobrehumano de estar durante el día con los pies puestos sobre la tierra y no en martes o venus donde a mi realmente me gusta estar. Bueno, pero él cansado, con demasiada frecuencia olvidaba ese pequeño detalle. Yo me molestaba muchísimo y cuando tenía oportunidad le reclamaba su falta de agradecimiento por la comida y las labores domesticas que yo realizaba. Mientras él me contaba de las vicisitudes que atravesaba en su trabajo, mi conversación para él eran los más recientes capítulos de las novelas de moda. ¡Con cuanta emoción le contaba sobre el primo de la protagonista que tenia amores con la hija de la vecina que a su vez era esposa del sargento de la policía! Él simplemente me escuchaba y repetía ujum, ujum, ujum. Y yo le reclamaba. “Ay, tu no me presta atención, no te interesan mis asuntos”.
Las cosas con los años cambian, hace dos años tuvo que dejar de trabajar. Yo conseguí un trabajo así que los roles cambiaron. Ahora él hace todo aquello que me correspondía a mí hacer antes. Prepara unos platillos deliciosos, es mejor amo de casa que yo. Como llego tan cansada del trabajo a veces me siento a comer y no le digo piropos a su comida, entonces él me dice, “Hum, parece que la comida estaba mala, no te gustó verdad”. “Si nene, estaba deliciosa”. Le contesto avergonzada por mi olvido, pero cuando comienza a contarme de sus novelas mi mente se escapa hasta el quinto cielo y simplemente le contesto “ujum, ujum, ujum.”
Copyright: Idalia Castro Correa